La pandemia que volvió retro a los tucumanos
FUROR POR EL PASADO
Durante el tiempo que duró la cuarentena, muchos tucumanos aprovecharon para viajar en el tiempo a través de fotos, cartas, programas o películas antiguas. La nostalgia a flor de piel y una pregunta: ¿Hay futuro en el pasado?
La esquina de San Martín y muñecas una noche perdida en el tiempo. Crédito: Tucumán Antiguo.
Llegó la pandemia y el tiempo se detuvo. Los días avanzan muchas veces en una repetición exasperante y el futuro pierde sus contornos en el horizonte, se vuelve incierto. Si hay un terreno firme al que volver mientras el mundo y nuestras vidas se conmueven, ese está hacía atrás, en el pasado. Bien lo sabe a eso el enfermero José María Sinhg que acompañó en el escenario a algunas de las mayores glorias de la música tropical tucumana como Miguel Ángel Vielmetti y Don Carlos y que, además, es el creador de un grupo de Facebook que se ha convertido en refugio virtual de las almas nostalgiosas, muchas de las cuales aprovecharon la cuarentena para volver a mirar hacia atrás. José María es el protagonista de una de estas tres historias de viajeros en el tiempo.
“Siempre me han gustado las fotos viejas y esas cagadas de antes. La verdad que soy más de lo retro que de lo nuevo. Me acuerdo que estaba viendo unas fotos de mis viejos y dije voy a crear un grupo con eso”, así recuerda José María cómo fue que se le ocurrió crear el grupo Tucumán Antiguo hace dos años atrás. En el grupo se comparten imágenes del pasado de la provincia y de sus protagonistas: una jornada a pleno sol navegando en los botes del lago del Parque 9 de Julio, el día que el tren pasó de largo en la estación, las carreras en el autódromo, el Loco Vera, los relojes Casio con calculadora, los juguitos Cootam y mucho más. Entrar al grupo es abrir un viejo arcón de los recuerdos y muchos aprovecharon este tiempo de cuarentena para zambullirse en ese pasado plagado de historias. Así lo confirma su artífice, antes del aislamiento rondaba los 4000 miembros y ahora son más de 20.8000. Un crecimiento exponencial, un furor de pasado en pleno presente: “En la primera semana de la cuarentena el grupo se ha ido a la mierda, me caían de 100 a 200 solicitudes por día, una locura. He tenido que buscar moderadores que me ayuden”.
Gente pescando en el lago del parque. Crédito: Tucumán Antiguo.
“Hay personas que por tras de una foto se han encontrado después de 29 años o más. Qué bueno que el grupo haya servido también para eso”, cuenta José María y no necesita irse muy lejos para encontrar un ejemplo, él mismos se ha reencontrado en el grupo con la señorita María del Carmen Fernández, su maestra de sexto y séptimo grado en la escuela Juan Bautista Bascary de La Florida. “Me acuerdo que ella siempre me decía: usted niño va a tener muchas novias cuando sea grande porque yo verseaba muy bien, me mandaba cada redacciones…”, rememora ahora con 48 años y el corazón henchido de añoranzas.
Familia tucumana frente a la iglesia de Famaillá en 1925.
Hay cosas que nunca se olvidan: las pistas de baile de algunos boliches donde se dieron primeros besos, algunos recitales antológicos en la provincia como el de Roxette o Gary, las viejas glorias del balompié o los personajes urbanos que uno solía encontrar en las calles. La pandemia parece haberlos vuelto traído de nuevo como las olas del mar arriman a la costa botellas con mensajes del pasado. “Muchos grupos se han creado ahora durante la cuarentena, creo que a la gente no le queda otra que ver fotos viejas y series retro como El Zorro, Combate, Biógrafo con Parolo, La caja número diez… Tengo muy buena memoria, pero en el grupo te hacen acordar de un montón de cosas, canciones, programas que no las tenías ni registrado ya”, reflexiona José María.
Fiesta de la espuma en el boliche Trailer de Lules.
¿Y a qué se debe ese corazón qué vibra al ritmo del pasado? Él parece tenerlo bastante claro y nada tiene que ver la pandemia con esa nostalgia: “Soy medio melancólico y medio bohemio. Mi viejo murió a las doce y a los 17 mi vieja, yo me crié solito. Uno siempre añora esos momentos donde fue feliz, cuando te llevaban a la escuela y te peinaban con limón, por ejemplo. Creo que eso me lleva a volver al pasado, por esa juventud dura que tuve, de hacerme solo”.
Cartas de un amor mejor que en las películas
Esta historia de amor empieza con un viaje y se consuma con otro viaje. El primero fue el que hizo Esther cuando se vino desde la localidad santiagueña de Suncho Corral, en Santiago de Estero, a estudiar medicina en Tucumán. Al frente de la casa en la vivía en el Barrio Obispo Piedrabuena vivía Antonio. Ella tenía 21 y él 25. Cuenta la historia que fue cuestión de verse y de amarse en ese mismo instante en que ambas miradas se conectaron. Entonces empezaron a festejarse, como se decía en aquella época, pero antes faltaba un detalle: El permiso de la familia de Esther. Antonio Fue hasta Suncho Corral en su Fiat 600 blanco y ahí le dieron el visto bueno. A los seis meses se casaron, el 10 de mayo de 1974, en medio de una tormenta torrencial que inundó el pueblo, pero que las señoras del lugar interpretaron como un buen augurio. Y estaban en lo cierto.
De la historia de ese amor han quedado cartas manuscritas con versos que perviven en hojas amarillentas que Esther guarda como su más preciado tesoro. Como esa que le escribió en enero del 74 cuando llevaban un mes de novios y que forma el acróstico “Dame un beso”. Laura García Ibarra ya conocía de esas cartas, pero se reencontró con ellas ahora que se mudó de nuevo junto a su madre para pasar la cuarentena: “No ha sido una búsqueda mía, sino un hallazgo, cuando mi mamá las sacó de nuevo el otro día. Ha sido una buena sorpresa y ha sido muy bueno recordarlo. Creo que este momento de la pandemia es un momento de mucha exigencia, de sobreproductividad, y ese encuentro ha sido algo fresco, natural. Creo que, si bien los vínculos se alimentan, suceden o no. Mis papás se veían poco porque mi papá era maestro rural y, sin embargo, el amor estaba. A mí la carta me ha hecho pensar en que simple que era todo antes, no había tanto protocolo. Fue una historia de amor muy linda. Yo acá tengo todo el guion y es mejor que ver una película de Hollywood que no sabés cómo termina”.
En la casa de Esther no sólo se guardan aquellos telegramas de amor que Antonio le mandaba cuando estaba lejos de casa, también cientos de fotos, el primer rulo que le cortaron a Laura y los primeros dientes de leche que se le cayeron cuando niña. La joven de 36 años vive una relación muy íntima y cercana con ese pasado familiar que nunca ha dejado de ser un presente vivo. No hay una mirada triste ni nostálgica sobre ese tiempo pasado: “Mi papá hace doce años que ha muerto y no es una persona a la que tenga que buscar en un recuerdo, lo tengo muy presente. En mi familia, no hay espacio para la tristeza, al mes que él ha muerto cumplía sesenta años y nosotros hicimos un asado porque era lo que él quería. Mi mamá habla de mi papá en presente siempre. Esa ha sido su gran historia de amor, ha sido su único novio y vive el recuerdo con absoluta naturalidad”. A la hora de recordarlo, lo describe como un romántico de la vieja escuela, de esos que no esperan aniversarios ni celebraciones para llegar a su carta con un ramo de flores o una carta romántica: “Era re llorón y yo soy así también. La gente de afuera lo veía como un tipo más duro, pero un tierno por dentro. No sé si todos saben la historia de amor de sus padres y yo tengo la suerte de conocerla”.
“Yo no escucho música de ahora, sino más vieja, pero no sé si lo hago conscientemente. Tengo toda la colección de los Beatles en vinilo y me encontré discos de Sandro, Barry White, Johnny Cash…”, cuenta para explicar que esa afinidad por lo retro la acompaña desde siempre. Y si bien eso ha sido siempre parte de su personalidad, el regreso a la casa familiar, motivado por la pandemia, ha revitalizado algunos recuerdos y una nueva forma de relacionarse con su madre: “Estoy disfrutando del reencuentro con ella desde otro lugar, como dos mujeres grandes y mañeras que somos. Pasamos mucho tiempo juntas, tenemos gustos muy similares y eso hace la convivencia más tranquila. Creo que la cuarentena también me sirve para eso: Aprender a conocerte de vuelta con alguien con quien has vivido toda tu vida”.
- ¿Te parece que hay futuro en el pasado?
- Re que sí. No creo eso de que todo tiempo pasado fue mejor. Creo que eso es algo que uno lo aprende con el correr del tiempo, con el tiempo te volvés más respetuosa con las cosas que has hecho. No sé decirte si el pasado tiene futuro, pero sí que tiene influencia en el futuro. No sé bien cuáles son los próximos movimientos, pero sé cuáles no. Es una forma de aprendizaje, sino repetís un patrón de conducta que te va a llevar siempre al mismo lugar. Yo todos los días quiero ser una mejor mujer, una mejor persona, que el mundo sea un lugar mejor.
Pasado, presente y ¿futuro?
“Creo que cuando recién empezó el aislamiento hubo cierto furor de comprender, de discurrir, en definitiva, una necesidad de saber. Un par de meses después veo más esfuerzo, al menos en mí, en lidiar con la incertidumbre que en tratar de entender cosas. En este sentido, me parece interesante la mirada de Alexandra Kohan cuando responde: no sé y defiende tal respuesta. Como buena psicoanalista y no tan buena filósofa, insiste en que este es el momento de aguantar no saber”, reflexiona la profesora de filosofía de 36 años Agustina Garnica.
Acaso para buscar explicaciones al contexto actual de la pandemia o para revisar otros momentos de la historia en que la humanidad atravesó situaciones similares, Agustina ha puesto la mirada en libros y películas que retratan lo que fue la pandemia de HIV en los noventa, como este fragmento de un fragmento de la obra “Vivir con virus”, de la periodista Marta Dillon, que ahora rescata: “Las razones para vivir nunca son demasiado espectaculares, nunca es una sola. Cuando una razón queda solita manteniendo una persona entonces seguro que la vida y la muerte se le atoran en la boca y la locura es un tocado en su cabeza. Para sostener todos los días necesitamos ir recogiendo razones fundamentales como caracoles en la arena, algunos maravillosos, otros vistos millones de veces”.
También, aprovechando la masiva liberación de contenidos que se produjo al comienzo de la cuarentena, vio la película francesa “120 pulsaciones por minuto” que cuenta la historia de Act up, un movimiento activista con sede en Francia y en EEUU que trabajaba a principios de los noventa por la concientización sobre los modos de contagio del HIV, su prevención y tratamiento: “Allí se habla de Act up a través de las vidas de algunos de sus miembros y de sus relaciones de amor, atravesadas por su respuesta a la epidemia y a la ignorancia e indiferencia del Estado. La película es una locura, una maravilla por donde la mires. Creo que lo mejor que tiene es la música original: electrónica, sin texto, oscura pero a la vez capaz de recrear por sí misma toda una época, sin decir una sola palabra”.
El pasado puede servir no sólo para llenar el presente, ese presente que la primera etapa de la cuarentena parecía un tiempo estancado y circular, sin progresión alguna posible. La vuelta al pasado, puede ser también una manera de proyectar un futuro aunque no sepamos con alguna precisión dónde ubicarlo. Así lo piensa la docente: “Por estos días, en el tiempo que puedo y cuando puedo concentrarme, me dejo llevar por lo que va apareciendo. Y han aparecido algunas historias escritas o situadas en los 90. Y reconozco que de alguna manera misteriosa me reconfortan. En los casos que mencioné son historias muy duras, reales, que hablan de muchos problemas que aún hoy, treinta años después, no encuentran respuestas adecuadas o soluciones definitivas. Por eso creo que no responde a cierto furor vintage o retro, sino a una intención -que quizás no sea del todo consciente- de ir hacia un pasado lejano, un poco más atrás del pasado reciente o inmediato que conocemos tan bien. De la misma manera, creo, tendemos a pensar un futuro del futuro, es decir, un después del después de todo esto. Intuyo que pensar en el pasado reciente, en eso que perdimos no sabemos si para siempre, para muchos es doloroso. Quizás ya no sea gracioso, ni reconfortante. De la misma manera, la incertidumbre de lo que pueda venir ahora, en los próximos días, en los próximos meses, nos lleva a veces a pensar en un futuro un poco más alejado, en un después del después”.
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