Vivir más años... pero que valga la pena
SOCIEDAD Y DEMOGRAFÍA
Menos hijos y más expectativa de vida al nacer, dos cambios que plantean grandes desafíos
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Si preguntan cuál es el futuro perfecto de amar, probablemente ya no sean tantos los que respondan “Hijitos”, como lo hacía Susanita, la entrañable amiga de Mafalda. En los años 60 y 70 nadie lo dudaba. El horizonte vital de la gran mayoría incluía casi siempre la idea de casarse y tener varios hijos. De aquellos tiempos a hoy el cambio fue vertiginoso.
Se acaba 2016, año del Bicentenario, y este puede ser el momento ideal para intentar sacar una radiografía de cómo vivimos los tucumanos en la actualidad y cómo nos proyectamos para los próximos tiempos. En este intento nos ayuda la demógrafa Nora Jarma.
Los cambios sociales están dejando sus huellas en el estado civil de los tucumanos y en la composición de las ciudades, principalmente. La adolescencia se prolongó, aumentó la edad promedio de los que se casan, hay muchas más parejas que prefieren la convivencia y cada vez más solteros (por elección y no precisamente porque “se quedaron para vestir santos”).
Al “sí quiero” no son muchos los que quieren pronunciarlo ante un juez. Nunca hubo tan pocos casamientos como ahora. De hecho, la tasa de nupcialidad bajó casi un 40% en una década. Los últimos datos indican que cada 1.000 tucumanos se casan 2,8 de ellos (en 2006, esa cifra era de 4,2).
Las mujeres están cada vez más presentes en la universidad: representan el 64% de los egresados de la UNT. Muchas postergan la maternidad para desarrollarse profesionalmente. Y tienen menos descendencia. La cantidad de hijos por fémina (tasa de fecundidad) va disminuyendo año a año. En 1955 había cinco hijos por cada tucumana en edad fértil y ahora el promedio es de 2,3. Las proyecciones indican que en 2040 la tasa llegará a ser de 2. Es el límite de lo óptimo para el nivel de reemplazo generacional. Por debajo de esa línea aparecen los riesgos de un gran envejecimiento de la población, con todos los problemas económicos y sociales que ello acarrea.
Igualmente desde hace tiempo los tucumanos nos estamos poniendo más viejos. Porque nacen menos chicos y porque aumenta la esperanza de vida al nacer (hasta 1914 la expectativa de vida era de 48,5 años, mientras que en la actualidad es de 74 años para los hombres y casi 80 para las mujeres). Según las proyecciones, dentro de 25 años ellos llegarán a vivir hasta los 78,5 años y ellas hasta los 84,5.
Debería ser una buena noticia vivir más. Pero ¡ojo! porque no sabemos si esto significará vivir bien o padeciendo día a día. Para que valga la pena tanto esfuerzo de la medicina en prolongar la vida desde ya habría que empezar a prever políticas que tengan que ver con el envejecimiento poblacional. La realidad es que urge hacerlo. Basta con echar un vistazo en la pirámide poblacional, que permite ver la relación entre la población productiva y la pasiva: mientras que en 1869 en Tucumán había 18 personas en edad productiva para soportar la carga financiera que implica sostener a un mayor de 60 años, en la actualidad hay cinco. Y todo indica que en poco tiempo la población ociosa igualará la laboral.
Cambios bajo techo
Que haya más solteros (en 10 años aumentó un 40% la cantidad de personas solas), menos hijos y más abuelos ha impactado directamente en la estructura de las ciudades. En la capital, la demanda de hogares unipersonales no para de crecer. Cada año se construyen unos 200 nuevos edificios. Y el 80% tiene monoambientes.
San Miguel de Tucumán se está quedando más sola y más vieja. La tasa de crecimiento poblacional de la capital viene descendiendo en los últimos años. Los demógrafos sostienen que es porque la ciudad expulsa a la gente. Es cierto que hay una explosión edilicia: pero son más viviendas con menos habitantes en ellas. Los jóvenes, a quienes hoy les interesa principalmente tener un título universitario y un trabajo, buscan vivir solos durante un tiempo. También los que conforman la tercera edad eligen la ciudad.
Y hay un gran marea de familias que abandonan la urbe. Huyen en busca de tranquilidad y de terrenos más accesibles a sus bolsillos. ¿Adónde van? Lules, Yerba Buena y Tafí Viejo están recibiendo a toda esta masa de gente joven y están tratando de adaptarse a las nuevas realidades que plantean los grandes barrios, muchos de ellos cerrados, y los countries.
Hogares con familias ensambladas, hogares unipersonales, hogares con mamás o papás solos... la cantidad de definiciones que se usan en la actualidad deja en claro lo antigua que quedó la clásica familia tipo, formada por aquellas parejas que se casaban legalmente y que enseguida tenían hijos. Porque eso que parecía ser “el futuro perfecto de amar” ya tiene tantas variantes que es imposible de rotular.
Se acaba 2016, año del Bicentenario, y este puede ser el momento ideal para intentar sacar una radiografía de cómo vivimos los tucumanos en la actualidad y cómo nos proyectamos para los próximos tiempos. En este intento nos ayuda la demógrafa Nora Jarma.
Los cambios sociales están dejando sus huellas en el estado civil de los tucumanos y en la composición de las ciudades, principalmente. La adolescencia se prolongó, aumentó la edad promedio de los que se casan, hay muchas más parejas que prefieren la convivencia y cada vez más solteros (por elección y no precisamente porque “se quedaron para vestir santos”).
Al “sí quiero” no son muchos los que quieren pronunciarlo ante un juez. Nunca hubo tan pocos casamientos como ahora. De hecho, la tasa de nupcialidad bajó casi un 40% en una década. Los últimos datos indican que cada 1.000 tucumanos se casan 2,8 de ellos (en 2006, esa cifra era de 4,2).
Las mujeres están cada vez más presentes en la universidad: representan el 64% de los egresados de la UNT. Muchas postergan la maternidad para desarrollarse profesionalmente. Y tienen menos descendencia. La cantidad de hijos por fémina (tasa de fecundidad) va disminuyendo año a año. En 1955 había cinco hijos por cada tucumana en edad fértil y ahora el promedio es de 2,3. Las proyecciones indican que en 2040 la tasa llegará a ser de 2. Es el límite de lo óptimo para el nivel de reemplazo generacional. Por debajo de esa línea aparecen los riesgos de un gran envejecimiento de la población, con todos los problemas económicos y sociales que ello acarrea.
Igualmente desde hace tiempo los tucumanos nos estamos poniendo más viejos. Porque nacen menos chicos y porque aumenta la esperanza de vida al nacer (hasta 1914 la expectativa de vida era de 48,5 años, mientras que en la actualidad es de 74 años para los hombres y casi 80 para las mujeres). Según las proyecciones, dentro de 25 años ellos llegarán a vivir hasta los 78,5 años y ellas hasta los 84,5.
Debería ser una buena noticia vivir más. Pero ¡ojo! porque no sabemos si esto significará vivir bien o padeciendo día a día. Para que valga la pena tanto esfuerzo de la medicina en prolongar la vida desde ya habría que empezar a prever políticas que tengan que ver con el envejecimiento poblacional. La realidad es que urge hacerlo. Basta con echar un vistazo en la pirámide poblacional, que permite ver la relación entre la población productiva y la pasiva: mientras que en 1869 en Tucumán había 18 personas en edad productiva para soportar la carga financiera que implica sostener a un mayor de 60 años, en la actualidad hay cinco. Y todo indica que en poco tiempo la población ociosa igualará la laboral.
Cambios bajo techo
Que haya más solteros (en 10 años aumentó un 40% la cantidad de personas solas), menos hijos y más abuelos ha impactado directamente en la estructura de las ciudades. En la capital, la demanda de hogares unipersonales no para de crecer. Cada año se construyen unos 200 nuevos edificios. Y el 80% tiene monoambientes.
San Miguel de Tucumán se está quedando más sola y más vieja. La tasa de crecimiento poblacional de la capital viene descendiendo en los últimos años. Los demógrafos sostienen que es porque la ciudad expulsa a la gente. Es cierto que hay una explosión edilicia: pero son más viviendas con menos habitantes en ellas. Los jóvenes, a quienes hoy les interesa principalmente tener un título universitario y un trabajo, buscan vivir solos durante un tiempo. También los que conforman la tercera edad eligen la ciudad.
Y hay un gran marea de familias que abandonan la urbe. Huyen en busca de tranquilidad y de terrenos más accesibles a sus bolsillos. ¿Adónde van? Lules, Yerba Buena y Tafí Viejo están recibiendo a toda esta masa de gente joven y están tratando de adaptarse a las nuevas realidades que plantean los grandes barrios, muchos de ellos cerrados, y los countries.
Hogares con familias ensambladas, hogares unipersonales, hogares con mamás o papás solos... la cantidad de definiciones que se usan en la actualidad deja en claro lo antigua que quedó la clásica familia tipo, formada por aquellas parejas que se casaban legalmente y que enseguida tenían hijos. Porque eso que parecía ser “el futuro perfecto de amar” ya tiene tantas variantes que es imposible de rotular.
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