Amor sin fronteras: La nueva vida de los chicos adoptados en Haití tras el terremoto
Historias de vida
Son 4 sobrevivientes del sismo que partió la isla al medio en 2010. Tres mujeres valientes de La Pampa viajaron allá y volvieron con ellos.
- TAGS
- adopción
- opiná
- shares
- Gisele Sousa Dias
- Redactora de Sociedad
General Pico, al norte de La Pampa, es una ciudad con pulso de pueblo. Allí, hace algunos años, vivían tres familias muy distintas. La de María, que ya tenía 4 hijos biológicos, la de Fernanda, que era soltera y había estado 12 años esperando un hijo adoptivo, y la de Silvina, que pasó más de una década haciendo tratamientos de fertilidad que no dieron resultado. María, Fernanda y Silvina no se conocían pero las unió una misma búsqueda: las tres iniciaron un proceso de adopción internacional, las tres viajaron a una Haití devastada tras un terremoto que terminó con casi 300.000 personas muertas, las tres volvieron de allí con hijos.
Aska (6) tenía dos semanas de vida cuando Haití se partió al medio. Unos meses después, una mamá sola y joven la dejó en uno de los 700 orfanatos del país. A pocos días de cumplirse siete años de aquel terremoto, cuesta ver las cicatrices en esta nena que ahora se ríe fuerte, inventa coreografías y cuenta, al que pregunte, que nació en Haití, que lleva “el baile en la sangre” y que su piel es de este color porque tuvo una mamá con un color de piel distinto al de su mamá de ahora.
En la casa de María Bellezze, farmacéutica, ya había cuatro hijos: uno de su primer matrimonio, dos de la pareja anterior de su marido y uno en común. "Igual, yo siempre quise adoptar. Probamos con la adopción acá, pero nos dijeron ‘todo está perfecto pero su carpeta va abajo de todo porque ya tienen hijos”, cuenta.
María tiene que dejar de hablar y tomar aire para contar lo que le pasó en el cuerpo cuando vio el terremoto por televisión. “Es raro, pero algo me decía que mi hija estaba ahí”, dice después. Fueron meses de trámites, un domingo en que sonó el teléfono, que les decían que sí, que les mostraban fotos de la beba por primera vez, otra pila de meses para viajar a conocerla. Así, volaron a un país en el que la gente seguía viviendo en carpas, sin agua, donde las chicas tenían que prostituirse para sobrevivir, donde violaban los que se suponían que iban a ayudar.
Adopción. De Haití a La Pampa. (Lucía Merle / Clarín)
"Aska tiene hoy la vida de cualquier chico", dice. Pasó a segundo grado, canta los temas de Patito Feo, pelea con sus hermanos y enfrenta dilemas domésticos: cómo peinarse las motitas sin que duela, por ejemplo. Si bien hay quienes desalientan la adopción internacional –plantean que pueden ser, de grandes, discriminados y excluidos-, María dice: "Yo no le tengo miedo a la discriminación porque veo que la sociedad va cambiando. Creo que, si hay prejuicios, son de los adultos”.
Fernanda Coronel es abogada de familia y ahora es la mamá de Charledine (10) y de Melissa (6). “Estuve 12 años anotada para adoptar acá, pasé muchas veces de la euforia al abatimiento total. Creo que siempre me jugó en contra ser soltera, generaba sospechas que pudiendo tener hijos biológicos quisiera adoptar", dice. Pero un día, una amiga de Pico le habló de una tal María, de lo que había logrado. "María me abrió las puertas y empecé el proceso de adopción. Recuerdo como si fuera hoy cuando me llamó la abogada y me dijo que en un orfanato de Haití había dos hermanitas en condiciones de ser adoptadas. Dije que sí en ese mismo momento, y me largué a llorar”.
Adopción. De Haití a La Pampa. (Lucía Merle / Clarín)
“Llegué a un orfanato con muros enormes y alambre de púa, como en las cárceles. Lo custodiaban con armas largas por si alguien quería entrar y robarles la comida a los chicos. La nena más grande era un palito, la más chica tenía 4 años y usaba pañales. Fue un impacto grande: de esperar tantos años a tener a mis hijas ahí paraditas, agarradas de la mano y mirándome con cara de susto”. Las hermanas llegaron hablando creole (una lengua con base en el francés) pero las maestras se abrieron: una le mostraba un dibujo de un pan y le decía “pan”, Charledine le enseñaba como se decía eso en su país.
Fernanda coincide en que el desafío no es de los chicos: “Hay gente que cree que un día me levanté, me hice la exótica y me fui a buscarlas. Me han dicho ‘vos preferiste comprar hijos antes de parirlos’. Una vez, fui al colegio porque un chico decía que una de las nenas tenía olor. Cuando fuimos a hablar con el chico terminó reconociendo que lo decía porque era lo que los padres decían en la casa”.
Silvina Nievas y Raúl, su marido, pasaron de hacer tratamientos de fertilidad durante más de 10 años a tener un jardín con un tobogán y una pileta de lona. “Un día dijimos basta, hasta acá. Vamos a anotarnos en la adopción”, cuenta ella. “Yo no conocía a nadie que lo hubiera hecho, así que arrancamos solos. Y un día veo pasar a María con Aska de la mano. Me quedé congelada”. Armaron los papeles en seis meses, un año después recibieron el llamado: los esperaba Wesley, "un nene al que nadie había logrado sacarle una foto sin llorar". Hay que verlo ahora jugar en el jardín: ningún par parece ver en él nada distinto. Esta generación de chicos, saben todos, nació en un mundo en el que los inmigrantes ya no son blancos europeos y en el que hay compañeros que tienen padres del mismo sexo o madres solteras.
Silvina ceba un mate, abre un álbum de fotos que está armando para cuando él necesite saber más y se emociona: "Miro la foto de su mamá biológica con él y me parte el alma. La miro, le miro la cara y pienso ‘mirá lo que puede hacer una mamá por amor’, porque esta mamá lo dio para que se salve, para que viva”. Lo abre y se entiende todo: ahí está la primera foto que les mandaron -sólo un primer plano de los ojos del bebé-, está la foto de un nene chiquito en un orfanato que se tapa la cara y llora, y están también las fotos de un día de calor en la que Wesley, por primera vez, le toca la cara despacio, con calma, a su nueva mamá.
- Obtener enlace
- X
- Correo electrónico
- Otras aplicaciones
Comentarios
Publicar un comentario