La importancia de promover políticas públicas
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Guido Simonelli
MIÉRCOLES 24 DE MAYO DE 2017
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Hay cinco dimensiones indicativas de la salud de nuestro sueño. Estas dimensiones son: duración (¿cuánto tiempo duermo?), calidad (¿duermo bien o mal?), continuidad (¿me cuesta dormirme y/o me despierto durante la noche?), ritmo (¿me acuesto y levanto a la misma hora todos los días?) y alerta (¿tengo somnolencia diurna?). Se han propuesto distintos mecanismos biológicos para explicar cómo alteraciones del sueño se traducen en patologías específicas. Nuestros patrones de sueño, como muchos otros procesos fisiológicos, se encuentran gobernados por factores biológicos y psicológicos, y fuertemente influenciados por nuestro contexto social.
Nuestro estrato socioeconómico es tal vez uno de los mayores predictores de nuestra salud en general y específicamente de cómo dormimos. Este último no es un dato menor cuando consideramos que dormir de forma insuficiente se asocia con mayor mortalidad. Esto quiere decir que los que duermen poco y/o mal tienden a morir más jóvenes que los que duermen lo suficiente (y bien). Cuando se extrapola el impacto de dormir mal y poco en términos de la productividad perdida y mortalidad de los trabajadores, los números a nivel económico son alarmantes. Estimaciones del think tank RAND para cinco países de altos ingresos indican que el costo económico equivale a entre el 1,3% y el 2,9% de su PBI.
¿Qué políticas se pueden desarrollar para promover el sueño saludable? La primera es la educación, enseñar sobre la importancia del sueño y cómo éste afecta múltiples esferas de nuestra vida cotidiana, desde nuestro estado de ánimo o qué elegimos para comer hasta cómo aprendemos. La segunda política es promover el correcto diagnóstico y el tratamiento de los trastornos del sueño, especialmente los más prevalentes, como el insomnio y las apneas del sueño. Esto es importante en individuos que conducen vehículos u operan maquinaria pesada. La tercera política tiene que ver con limitar las horas que pasamos en transporte y trabajando, los principales ladrones de horas de sueño. Por ejemplo, flexibilizar los horarios de trabajo, atrasar el horario de comienzo de las clases, incentivar el home-working y mejorar el transporte público son políticas que pueden tener un alto impacto en la salud de nuestro sueño. Por otro lado, es esencial reglamentar y controlar los horarios y la cantidad de horas de trabajo en trabajadores de turnos rotativos, como los profesionales de la salud, policías y conductores de larga distancia, entre otros. Por último, y como sucede con muchas enfermedades crónicas, la falta de sueño está distribuida de forma asimétrica, con una mayor incidencia en los estratos socioeconómicos más bajos, fuertemente influenciados por el contexto en el que viven. Por ejemplo, estudios nuestros realizados en la Argentina y en los Estados Unidos muestran que tanto nuestra vivienda como nuestro barrio afectan nuestro sueño. Una pregunta simple como "¿te sentís seguro en tu barrio y/o casa?" o "¿es tu barrio ruidoso?" son fuertes predictores de cómo dormimos. Siendo el sueño esencial para nuestro normal funcionamiento, más allá de la salud, resulta imprescindible intervenir y mejorar el contexto en el que dormimos, sobre todo en los sectores más vulnerables.
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