Cuanto menos se tiene, peor se duerme: la inequidad social también afecta el sueño
El 20% de los argentinos admite dormir mal; según datos del Observatorio de la Deuda Social de la UCA, hay una relación directa entre los trastornos del descanso y la situación socioeconómica
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Soledad Vallejos
MIÉRCOLES 24 DE MAYO DE 2017
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Seguimos una tendencia mundial. Los argentinos dormimos poco y cada vez peor. En promedio, unas siete horas. Sin embargo, el 15% de la población duerme menos de seis horas; otro 20% afirma que duerme mal, y casi un 25% dice tener demasiado sueño durante el día. El modelo productivo actual, las exigencias laborales y el ritmo en las ciudades de 24 horas sin descanso son algunos de los argumentos más escuchados. Pero según los datos de una investigación realizada a partir de una muestra de 5636 adultos, relevada hace cuatro años por el Observatorio de la Deuda Social Argentina (UCA), hay un vínculo directo entre los trastornos del sueño y factores de tipo sociodemográfico, como el lugar y el tipo de vivienda y el estrato socioeconómico.
Según los expertos en sueño, mucho se dice sobre las desigualdades que golpean a los sectores más desfavorecidos de la población en cuanto al acceso a la educación, la mala alimentación, el sedentarismo y la precarización del trabajo. Pero del sueño se habla poco. Y los que menos tienen también son los que peor descansan. De acuerdo con los datos del trabajo de la UCA, y a diferencia del segmento de nivel socioeconómico medio-alto, este grupo tiene el doble de posibilidades de sufrir trastornos del sueño (25% contra 12,5%).
Para Daniel Vigo, investigador de UCA-Conicet y doctor en ciencias fisiológicas, la calidad del sueño tiende a ser peor a medida que disminuye el nivel socioeconómico, y esa relación aún poco explorada en nuestro país, tanto a nivel médico como social, fue la clave de distintos trabajos de investigación de los que formó parte, como los publicados en la revistas Sleep y Sleep Health, Journal of the National Sleep Foundation, entre 2013 y 2015.
Al igual que la mala alimentación o el sedentarismo, la falta de sueño tiene un papel importante en el desencadenamiento de otras patologías, como la diabetes, la hipertensión, el aumento del colesterol y las enfermedades cardiovasculares. Sucede que, como dice Vigo, la evidencia científica en este campo es mucho más reciente, ya que el sueño siempre fue visto como un período sin demasiada importancia.
"Estudiamos sueño y ritmos biológicos en distintos grupos poblacionales, desde el nivel nacional a partir de los datos del Observatorio de la Deuda Social Argentina hasta en grupos de riesgo como los conductores de micros de larga distancia. Pero en el trabajo publicado en la revista Sleep [dirigido por Guido Simonelli] analizamos los efectos del sueño y la calidad de vida en distintos asentamientos del conurbano bonaerense, donde participaron 150 personas anotadas en la lista de espera del programa de viviendas de emergencia que construye la organización Techo, donde quedó demostrado que una mínima mejora en las condiciones básicas de una vivienda puede impactar de manera significativa en la calidad del sueño", dice Daniel Vigo.
Entre las características de las familias que formaron parte de la muestra, el ingreso promedio por cada miembro estaba por debajo de la línea de la pobreza. Además, todas cumplían con -al menos- dos criterios de necesidades básicas insatisfechas, como situaciones de hacinamiento, donde más de tres personas vivían en la misma habitación; familias con niños de 6 a 12 años que no asistían a la escuela, o el alquiler de una casa sin agua potable ni servicio de cloacas.
En ese contexto adverso, la calidad del sueño también se vuelve cada vez más pobre. Y entre las razones más recurrentes por las que el descanso se veía seriamente afectado, los habitantes de los distintos asentamientos coincidían: problemas estructurales de la vivienda, como la falta de protección contra la lluvia, el frío y la humedad; la sensación de inseguridad constante en el barrio; un estado de alerta permanente ante los ruidos y disturbios durante la noche; el miedo a sufrir un robo dentro de la vivienda; la recurrencia de pesadillas; la exigencia, por falta de espacio, de dormir en lugares no aptos para el descanso, como la cocina, o la necesidad de compartir la cama con otras personas además de la pareja, como los hijos, entre otros problemas de convivencia generados por el hacinamiento y la precariedad de la vivienda.
Según Daniel Cardinali, investigador en medicina del sueño, las condiciones de extrema pobreza en centros urbanos no son tan comunes en los países donde suelen hacerse este tipo de investigaciones. "El trabajo de Techo permitió demostrar que con una intervención de bajo costo era posible lograr una mejoría significativa en la calidad del sueño, a pesar de que el barrio y el entorno adverso no se modificaran. Por eso el estudio generó tanto interés y fue el punto de partida para trabajos complementarios", sostuvo.
"Allá llovía y tenías que levantarte a la noche para andar corriendo los tachos porque si no las cosas se te arruinan. La última vez se me inundó todo", relataba en la entrevista de campo uno de los participantes del estudio. "Era el miedo; por ejemplo acá enfrente a veces se agarran a tiros y me daba miedo de que pasaran las balas, pero ahora me siento más segura", confesaba otra mujer. "Muchas veces no dormía por escuchar cualquier ruidito o por estar insegura. Que rompan algo y entren, la casa estaba armada así nomás. Duermo más tranquila ahora, también pensando en los chicos", decía una madre con hijos pequeños.
Como refuerzan Cardinali y Vigo, con la nueva casilla de madera [a pesar de ser una construcción básica de 18 m2] se sentían más seguros, y esos sentimientos de serenidad, paz y confianza, denominados en el estudio "el ciclo tranquilo", reportaban beneficios en las relaciones familiares, la rutina social y la calidad del sueño.
Los expertos consideran que tanto desde la agenda política como en el sector privado el sueño no tiene aún el lugar que se merece. "Con el sueño hay una cuenta pendiente. Hay grupos que hoy están trabajando para redactar un proyecto de ley de apnea [una patología respiratoria cada vez más común donde la respiración se detiene o se hace muy superficial], que se aplique para distintos ámbitos, como por ejemplo a la hora de obtener un registro de conducir", señala Vigo. "También se necesita un plan nacional de sueño en las escuelas, porque la calidad del descanso de niños y adolescentes está seriamente afectada."
El tiempo que se emplea en dormir, insisten los especialistas, es un tiempo clave para la salud y la vida. Apenas se cierran los ojos se modifica la frecuencia cardíaca, la presión, se produce la secreción de distintas hormonas -desde la de crecimiento, las hormonas sexuales, la adrenalina y hay modificaciones importantes de la temperatura-. Las investigaciones demuestran que las personas que no duermen bien pierden habilidades mentales y destreza física. "Y cuando se duerme menos de seis horas, las esferas biológica, psicológica y social entran en riesgo", concluye Vigo.
Aliviar el hacinamiento
El año pasado, el Centro de Investigación Social de Techo y el Programa Interdisciplinario sobre Desarrollo Humano e Inclusión Social de la UCA realizaron un trabajo de seguimiento para actualizar esos primeros datos obtenidos hace casi cinco años sobre el impacto del programa de viviendas de emergencia en la calidad del sueño. "Del trabajo se desprende que el 85% de las personas duerme mejor que antes -informa el estudio-. Este resultado deja en evidencia que la vivienda de Techo beneficia no sólo a quienes duermen allí, sino a todo el grupo familiar debido, fundamentalmente, al alivio de hacinamiento." Otras razones mencionadas fueron el aumento del espacio disponible, el tener un lugar para intimidades, la posibilidad de separar a las personas por edad y sexo, y la calidad de la construcción, como lo es una vivienda donde adentro no llueve.
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