Después de tres by-pass y con un ventrículo menos, Franco hace una vida normal
Conducido por los cardiocirujanos Rubén Toledo y Pablo Pérez Caram, un equipo multidisciplinario netamente tucumano fue encontrando las soluciones para los problemas cardíacos con los que el pequeño había nacido.
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COMPRENDER Y ACEPTAR. Franco dibuja corazones mientras con ternura infinita su “doc” se lo explica. LA GACETA / FOTOS DE CLAUDIA NICOLINI.-
La timidez no dura. En un ratito sabemos que se llama Franco Tolaba, que tiene cinco años (con dedos y todo), que está en primer grado y que la seño se llama Nancy. Toda suena normal, si no fuera porque el escenario es el Hospital de Niños y porque desde que nació Franco pasó por tres cirugías torácicas y cuatro cateterismos.
“A las 10 semanas de embarazo, con una ecografía detectaron que el bebé tenía problemas graves”, cuenta Romina Aguilar. Pocas veces más preciso el plural: en el corazón del bebé no se había formado el ventrículo encargado de bombear la sangre hacia los pulmones, la arteria pulmonar estaba cerrada. Para colmo, todos sus órganos estaban (y, claro, siguen estando) al revés: lo de la derecha a la izquierda y viceversa. “De vez en cuando él pregunta ‘mamá: ¿dónde está mi corazón’?”, cuenta Romina.
Aunque a veces no sepa dónde lo tiene, Franco tiene claro que los cardiocirujanos Rubén Toledo y Pablo Pérez Caram se lo arreglaron. Lo que no sabe -es chiquito todavía- es que sus arregladores fueron muchos más: un equipo multidisciplinario formado por neonatólogos, pediatras, terapistas, hemodinamistas y enfermeros, sin el cual esta historia habría sido imposible.
Romina se preparaba para el nacimiento de su bebé. Le habían ordenado reposo, pero su hija, Ainara, tenía apenas un año, así que no había sido fácil. Reposar el ánimo fue aún más difícil, pero las psicólogas de la Maternidad y su esposo, Franco Tolaba (“El Grande”) hicieron su trabajo. “Tenía mucho miedo -reconoce el papá-, pero logré que se convenciera de que todo iba a salir bien. Recién cuando me quedaba solo aflojaba”. Para ella fue una mezcla de angustia y esperanza. “Lloraba a cada rato y tenía una gran tristeza; me preguntaba ‘por qué a mí’ -reconoce-; y sin embargo, siempre supe que iba a salir todo bien”.
Para no correr riesgos cuando llegó el momento hicieron una cesárea y Franco fue inmediatamente a la Neo de la Maternidad, donde lo cuidaron mientras se preparaba la primera cirugía.
“Al faltar un ventrículo -explica Toledo casi seis años después- la sangre oxigenada y la no oxigenada se mezclaban en el único que le queda. Y de esa manera, la cantidad de oxígeno que recibía el cuerpo era muy baja. Sin cirugía su vida hubiera sido imposible”. Pero había que esperar a que Franco resistiera y mientras tanto debía llegarle sangre a los pulmones y que estos la oxigenaran. Para eso -describen a dos voces los cirujanos- se mantuvo abierta, con medicación endovenosa, una arteria que comunica la aorta con la pulmonar y que normalmente se cierra poco después de nacer. Así pasaron los primeros 21 días.
“La primera intervención quirúrgica consistió en un by pass que permitiera llevar la sangre no oxigenada al pulmón sin pasar por el corazón -explica Pérez Caram-. Se usó una prótesis de cuatro milímetros de calibre y se logró que la concentración de oxígeno en sangre (saturación) subiera bastante (entre el 70 y el 80%)”. Fue el primer gran paso.
Marzo de 2012
A los nueve meses, de nuevo al quirófano. El objetivo era desconectar del corazón la vena que trae la sangre “desde arriba” (cava superior) y conectarla directamente a la arteria pulmonar. Fue el segundo by pass, conocido como cirugía de Glenn. “Después de esto generalmente los pacientes se desarrollan bien (no sólo en tamaño: el cerebro está mucho más oxigenado) y son menos frágiles”, explica Toledo, ayudado por unos gráficos que dibujó y que Franco intenta reproducir. Superado el segundo escollo, se abría un compás de espera largo: era necesario que las arterias y el corazón de Franco alcanzaran un tamaño parecido al definitivo.
Octubre de 2016
Romina y Franco “El Grande” han aprendido a manejar temores y ponen todo para que su hijo lleve una vida normal. “A las maestras les cuesta bastante más”, confiesa Romina. Lo cierto es que el pequeño llegó al hospital totalmente dispuesto a meterse en el quirófano; sólo a último momento se aferró del cuello de su papá y reconoció que prefería volver otro día. Pero ese era “el día”: se usó la cirugía de Fontán Kreutzer (llamada así porque fue descripta por primera vez -en forma separada- por Marie Fontan, de Burdeos, Francia, y el argentino Guillermo Kreutzer, de Buenos Aires). “Lo que se hace -indica Toledo deslizando su dedo por la lámina- es desconectar la vena cava inferior del corazón y enchufarla directamente a la arteria pulmonar, por medio de una prótesis”.
Suena sencillo, pero no lo es. “Por suerte, ya estaba funcionando a full la nueva terapia”, recuerda Toledo (ver: “La nueva unidad de cuidados críticos”). “Fueron 10 horas y media de cirugía”, dice Romina y lo siente como si fuera hoy. En el escritorio, Franco sigue dibujando; sabe que las láminas que ve muestran cómo fue que arreglaron su corazón. Se lo ve feliz, y orgulloso de poder escribir su nombre y el de sus hermanos. En realidad, todos a su alrededor se ven felices. Como el final al que estamos llegando.
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