Tendencia Militancia XL: contra la dictadura de la delgadez
Una cola grande, con celulitis, voluptuosa. Una cola ancha con una bombacha rosada bien grande que dice “feminista” en letras rojas. A ver, ¿cuántos “me gusta” tiene esta foto? Tres mil quinientos. Y la acompaña una frase: “No suelo ver cuerpos como el mío en las redes sociales, así que vine a cambiar eso”, más un emoji de un durazno (el signo frutal que identifica a esa parte del cuerpo). “Antes la odiaba, ahora la amo. Es mi ícono, es mi identidad”, dice Agustina Cabaleiro, una joven instagramer, modelo e influencer del nuevo Movimiento Gordo.
La foto es una campaña de la marca Plop, que hace prendas plus size (talles especiales). “Lancé la colección de talles grandes con Agustina como modelo y el éxito fue instantáneo”, comenta la diseñadora Victoria Etze. Antes le hacía bombachas grandes sólo a su hermana, hasta que vio que en el mercado no había ropa interior sexy y juvenil para jóvenes más rellenitas.
En la red social de 11 millones de usuarios argentinos es donde se lleva adelante una batalla estética que rompe los moldes: los cuerpos gordos se muestran. Pero lo que a simple vista parece superficial es, en realidad, la punta del iceberg de un movimiento político tan académico como popular. Detrás de la cuenta de Instagram de Agustina hay una postura que le llegó primero por el feminismo y que aprendió después por los referentes locales del activismo gordo: “Cuando dejás de ser sumisa, cuando dejás de intentar estar dentro de los estándares de belleza heredados de vaya a saber dónde, se convierte en un acto político, en una militancia. Siento que es un acto de rebelión”.
“Cuando dejás de ser sumisa, cuando dejás de intentar estar dentro de los estándares de belleza heredados de vaya a saber dónde, se convierte en un acto político, en una militancia. Siento que es un acto de rebelión”
Agustina tiene 24 años, es de San Fernando. Publicista, fotógrafa y gorda. “Siempre tuve un cuerpo que va en contra de las reglas”, dice. Cuando sus amigas de la escuela pesaban 30 kilos, ella iba por los 50. “Siempre estuve por arriba, no es que me pasó algo”, cuenta. Pero después de sufrir e intentar no llamar la atención durante la primaria y sus primeros años de adolescente, un viaje le modificó la percepción: apenas llegó a Cuba, los hombres la miraban a ella en lugar de a su amiga esbelta.
“Acá nos gustan las mujeres como vos, con carne”, le dijeron. Ahí entendió que la belleza está determinada por la cultura. “Si en un lugar me desprecian y en otro me desean por lo mismo es porque la belleza única no existe. Entonces fue: soy linda porque yo lo decido. Ahí entendí que toda esta guerra contra nosotras mismas no tiene sentido.” La táctica de Agustina fue ir empujando sus límites de a poco. Si no se animaba a salir en malla delante de los demás, primero se ponía una enteriza. Después, lo intentaba con una bikini tiro alto. Y recién cuando estuvo cómoda, se puso el triangulito que quería. En cambio, para Delfina Lecointre fue de un día para el otro: “Antes usaba sólo remeras largas, estaba toda tapada, y en un momento cambié, empecé a usar lo que quería, cosas más cortas, al cuerpo, y al que no le gusta, que no me mire”, dice.
Agustina Cabaleiro. Es modelo y publicista. Tiene 24 años. Es influencer y milita en el Activismo Gordo en Instagram.
“Antes usaba sólo remeras largas, estaba toda tapada, y en un momento cambié, empecé a usar lo que quería, cosas más cortas, al cuerpo, y al que no le gusta, que no me mire”
Delfina tiene 21 años y hace tres que vive en Buenos Aires. Se vino a estudiar diseño gráfico desde General La Madrid, provincia de Buenos Aires. “Conocer gente nueva me cambió la cabeza: ya no tenía por qué odiarme”, asegura. Mostrarse desnuda le dio miedo al principio. Pero jamás se había visto así: se gustó. Su ícono también es su cola, con la Venus de Milo de jalea de Los Simpsons tatuada en el medio.
Para Delfina, toda gorda intentó revertirse. Ella vivió a dieta durante años. “Cuando una es gorda la gente presupone cosas: que comés mal y que no hacés actividad física, lo que puede ser es una falacia”, afirma. La comunidad que encontró en Internet y en Buenos Aires fue el apoyo para resistir desde su tipo de cuerpo: “Me sentía muy sola en mi pueblo porque nadie era como yo, no tenía con quién compartir lo que me pasaba”.
“Cuando una es gorda la gente presupone cosas: que comés mal y que no hacés actividad física, lo que puede ser es una falacia”
Con los gordos no se juega. Con colores pasteles y una estética pin-up, Delfina modela para marcas independientes que hacen prendas orientadas a cuerpos fuera de la norma. Sin embargo, sabe que eso puede ser peligroso porque la estética de las modelos plus size también genera otro estereotipo: “Somos gordas curvilíneas, con linda cara y cintura, y sólo unos kilos de más. Las marcas meten a una gordita, una tatuada y una con pelo teñido para hablar de diversidad, pero eso deja afuera a las gordas que son una heladera”.
Delfina Lecointre. Modelo plus size. Tiene 21 años y estudia Diseño Gráfico. le encanta el look pin up.
Semanas atrás, hubo una fuerte polémica en Twitter por esto. La marca Madness Clothing, de Candelaria Tinelli, lanzó una campaña de jeans con fotos de varias mujeres usando el mismo pantalón, entre ellas una modelo curvilínea. En las redes, varias usuarias señalaron que el jean que promocionaba sólo lo vendían en cuatro talles, y el más grande era un 30. El Movimiento Gordo reclama más que un gesto fotográfico: exige ropa para todos.
En el modelaje hay agencias que trabajan con modelos de cuerpos grandes. Entre ellas, la de Samanta Alonso, que dirige Plus Dolls, donde hay fichadas personas que van desde el talle 42 al 62, aunque en el mercado le pidan las más delgadas. “La belleza no debería ser un privilegio. Creemos que la única forma de cambiar las cosas es mostrar que una prenda se ve bien con cuerpos de distintos tamaños”, dice.
Las marcas meten a una gordita, una tatuada y una con pelo teñido para hablar de diversidad, pero eso deja afuera a las gordas que son una heladera”.
La presencia de cuerpos gordos en las campañas no debería ser sólo una cuestión de tendencia o moda. En el Congreso descansa el proyecto de Ley de Talles mientras que el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI) está haciendo un estudio antropométrico para saber cómo es el tamaño de los cuerpos de los argentinos.
Contra el IMC. Según la Organización Mundial de la Salud, el sobrepeso o la obesidad se definen como una acumulación anormal o excesiva de grasa que puede ser perjudicial para la salud. Y brinda una herramienta para medirlo: el Indice de Masa Corporal (IMC). Se calcula dividiendo el peso de una persona en kilos por el cuadrado de su talla en metros (kg/m2): si el resultado da más de 25 es sobrepeso, si es superior a 30 es obesidad.
El IMC se aplica como criterio tanto en hombres como mujeres, en personas que viven en España y tienen una dieta mediterránea, en China con una dieta oriental a base de arroz, en los Estados Unidos con mucha fritura o en una vegana de Argentina. Aplica para jóvenes de 20 o señores de 60 años. No tiene en cuenta la estructura ósea, la musculatura o la genética personal. Es un índice que unifica y que fue hecho para diagnosticar poblaciones, que no tiene en cuenta a las individualidades. Esa es una de las cosas que el activismo gordo le discute a la Medicina.
Lux Moreno. Profesora de Filosofía. Publicó el libro "Gorda vanidosa", allí cuestioina la mirada de la OMS sobre la gordura.
“No importa si el resto de los valores en nuestra sangre, corazón o pulmones dan normales, porque portamos la anormalidad de ese IMC excedido –dice Lux Moreno, profesora en Filosofía y activista gorda, en su libro recientemente publicado, Gorda Vanidosa–. Tenemos una sociedad que considera que el gordo es enfermo, que es vago. La OMS dice que es una patología crónica. Antes de considerarla así decía que era un factor de riesgo; yo coincido, es como fumar, como ser sedentario, como ponerle sal a la comida.” La idea de una vida posible con un cuerpo grande es la rebelión del activismo gordo. No va por la aceptación, no va por el legado del amor propio: lucha por validar más de un tipo de cuerpo.
"Tenemos una sociedad que considera que el gordo es enfermo, que es vago. La OMS dice que es una patología crónica. Antes de considerarla así decía que era un factor de riesgo; yo coincido, es como fumar, como ser sedentario, como ponerle sal a la comida".
Desde la nutrición tradicional se sostiene que aquella persona con sobrepeso u obesidad, aun con perfiles normales de colesterol, tensión arterial o glucemia, tiene más posibilidades que una persona con un peso dentro de los parámetros de IMC de contraer enfermedades crónicas. “El IMC, por sí solo, no incluye individualidades. Sirve a nivel poblacional pero no tanto en el consultorio con el paciente”, dice Karina Naranja, licenciada en Nutrición. El caso del deportista es un ejemplo, tiene tanta musculatura que el índice le va a dar muy alto, como si fuera obeso. “Sólo sirve para una primera aproximación. No es autosuficiente, hay que seguir indagando”, afirma.
El Big Bang. El Movimiento Gordo nació en los Estados Unidos en la década del ‘70 como un movimiento social que propuso rebelarse contra el relato que la Medicina y los medios desplegaron en contra de la gordura: el mercado del fitness, el de la dieta, el de la delgadez como canon de belleza y dignidad. El grupo Fat Underground, conformado por mujeres californianas, publicaron en noviembre de 1973 el Manifiesto de la Liberación Gorda.
Ellas trabajan en torno a la denuncia y crítica del negocio millonario de la industria médica de la dieta. En los ‘90, Marilyn Wann hizo un fanzine llamado Gorda, ¿y qué?, el cual colaboró para que hubiera un campo académico sobre estudios críticos de la gordura. Por estos días, la escritora británica Charlotte Cooper, con su Fat Activism, es una referencia que los movimientos argentinos traducen a su modo.
“Tener un cuerpo fuera de los índices de normalidad se convirtió en un valor negativo y los estereotipos que emanaron del IMC y la tendencia cultural a considerar la delgadez como la única forma válida se transformaron en una especie de ideología sobre nuestros cuerpos. Y en esta lógica, la Medicina se encarga de controlar una buena vida que se asocia sólo con determinada noción de salud”, dice Lux Moreno, que hace poco se operó de un bypass gástrico por una enfermedad de reflujo gástrico no vinculada a su obesidad. “Mi identidad de gorda no tiene nada que ver con el peso que tenga”, afirma.
Animarse a decir “Soy gorda”. Laura Contrera y Nicolás Cuello se conocieron en 2010. Ella es profesora de Filosofía y abogada. El es profesor de Historia de las Artes Visuales y es investigador del Conicet. Su relación de amistad se forjó compartiendo sus experiencias como gordos. Se enviaban mensajes tipo cartas, reflexionaban sobre la opresión que sentían por parte de los otros y la sociedad. Cuando empezaron a postear en Facebook sobre lo que estaban discutiendo –sin ser algo catártico, sino lecturas políticas sobre la discriminación al gordo– hubo más interesados en debatir. Hicieron blogs, el fanzine Gorda! y convocaron a una asamblea que duró siete horas. A partir de ahí organizaron un temario de conversación sobre gordura vinculado al feminismo, a la alimentación, al sexo, a identidades no convencionales. Así nació el taller “Hacer la vista gorda”, el cual formó a mucho de los activistas del tema, que aún lo sostienen.
“Nos incentivamos a desobedecer, a radicalizar de verdad nuestra experiencia. A defendernos, a devolver agresiones, a responder, a decir ‘soy gorda’”, dice Laura. El año pasado hicieron un taller en el Encuentro Nacional de Mujeres en Chaco que desbordó de participantes y fue un hito en su historia. Y llevaron su libro, Cuerpo sin patrones, editado por por Madreselva. Nicolás agrega: “Pararnos desde ahí es darle la espalda a la autoayuda, a la auto conmiseración. Si hay algo que nosotros decimos es: no somos víctimas, somos rebeldes”.
Nicolás Cuello y Laura Contrera. El, profesor de Historia de las Artes Visuales; ella, profesora de Filosofía. Ambos escribieron "Cuerpos sin patrones".
Para ellos, la gordura no se puede pensar sin relacionarla con el género –no es lo mismo una mujer gorda que un varón gordo–, la orientación sexual, la clase social o la edad. “La opresión que viven nuestros cuerpos se manifiestan en estigmatización, en violencia, en discriminación y en la patologización”, explica Laura.
Nicolás propone un ejemplo: en un grupo de cuatro amigas jóvenes siempre hay una que es la más gorda, por más que no lo sea para el resto de la sociedad. Completa Laura: “Si no sos gorda estás siempre en riesgo de serlo, y eso también opera como una forma de control sobre nuestros cuerpos”.
Ellos hablan de una crítica fuerte a los discursos de amor propio, a las frases hechas en relación con la aceptación que, en general, son dichos por personas delgadas. Su planteo es que esos mensajes culpan al gordo: si sufrís es porque no tuviste la voluntad de adelgazar, o no pudiste neutralizar la violencia, o no pudiste amarte a pesar de tu cuerpo. “Ahí lo que se anula son las condiciones políticas, económicas y culturales que producen la opresión sobre la gordura, y terminan responsabilizando a la persona”, opina Nicolás. De esta manera, la discriminación impide que puedan acceder a cuestiones básicas, como sentarse cómodos en un transporte público, entrar en un tomógrafo o comprarse ropa.
Lux Moreno, la filósofa y autora del libro "Gorda vanidosa" (Paidós), sospecha de las formas de medir la salud en relación a la gordura.
El impacto social. “Por más que mires fijo al rollo que dejé libre entre el jean y el top, el rollo no se va a ir, no va a desaparecer”, dice Agustina. Cuando era adolescente pretendía pasar inadvertida para no recibir agresiones y planificar tranquila lo que haría cuando fuera delgada. La vida se dividía en períodos de dieta con objetivos concretos como el viaje de egresados, el verano, el viaje familiar. “Cuando empecé a mostrar en Instagram que soy gorda y vivo una vida normal, y que no es que estoy sobreviviendo, recibí mensajes súper positivos. ¡Cada vez más! Ya nadie me ordena que haga dieta”, afirma. Cuando habla se expresa a carcajadas con una frescura hipnotizante. Delfina afirma que, además de comer sano, hacer ejercicio y no abandonarse, la buena vida de su corporalidad también contempla comer una hamburguesa de tres pisos, como hacen “los normales”.
“Cuando empecé a mostrar en Instagram que soy gorda y vivo una vida normal, y que no es que estoy sobreviviendo, recibí mensajes súper positivos".
Salir del estado de dolor y estigmatización que implica la gordura y avanzar hacia la rebelión que propone el Movimiento no es algo simple. Ana Larriel –psicóloga egresada de la UBA y activista gorda– dice que implica cuestionarse los valores en los que se apoya nuestra identidad. “Todos hemos sido conformados por la misma gordofobia que atraviesa todo, incluso nuestra propia familia. Si no hay afuera de nuestra casa nuevos discursos que digan que se puede vivir con este cuerpo, es muy difícil salir del lugar de dolor que se nos hizo destino”, señala.
Para Larriel, que Delfina y Agustina puedan pensarse como hermosas y demostrar que viven bien siendo gordas es porque el activismo logró correr la barrera. Para eso, dice, es importante escuchar al otro y su experiencia con su cuerpo. “Lo único que no puedo hacer con mi cuerpo es sentarme cómoda en el asiento del avión”, dice Agustina. Y Delfina, con una medialuna en la mano, la mira, se ríe y le confirma: “¡Y eso ni siquiera es tu culpa!”.
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