Tucumanos por el mundo: “la Facultad de Medicina me brindó una formación de altísimo nivel”
La distancia siempre aporta una mirada diferente del lugar propio, un cambio de perspectiva que empuja a pensar qué tenemos para enseñarle al mundo y, sobre todo, qué tenemos que aprender. En esta oportunidad, Claudia Yahalom, desde Israel.
Hace 21 Hs 11
Es oftalmóloga pediátrica, recibida en la Facultad de Medicina de la UNT. Allá por 1995 llegó a Israel con el objetivo de participar en un programa de especialización, con residencia de tres años. Sin embargo, durante ese período se enamoró de un israelí llamado Ophir, que hoy es su esposo y con quien tuvieron cuatro hijos. La carrera profesional de Claudia Yahalom creció y alcanzó un gran reconocimiento en 2010, cuando la nombraron directora del Centro de Rehabilitación Visual en Hadassah. La tucumana se destacó al punto de que, el año pasado, fue designada presidenta de la Asociación Israelí de Oftalmólogos Pediatras. A pesar de que ya tiene una vida hecha en Israel, afirma que al menos una vez al año necesita volver a Tucumán para compartir el tiempo con la familia y los amigos. “Tomar un cafecito en la 25”, por ejemplo.
- ¿Qué fue lo que te llevó a decidir mudarte?
- Llegué a Israel en junio de 1995 a realizar un programa de residencia en Oftalmología de tres años en el hospital Hadassah. Es uno de los más famosos por sus tratamientos de avanzada y por la investigación de alto nivel que se lleva a cabo. Allí estudiaban su doctorado mis dos mejores amigos, los mellizos Raúl y Gustavo Mostoslavsky. Por ellos me enteré de la posibilidad de realizar la residencia en Hadassah.
- ¿Cómo siguió la historia?
- La idea era completar los estudios y regresar a Tucumán, pero el amor me sorprendió después de un año de vivir en Israel. Conocí al hombre más extraordinario del planeta, Ophir, mi esposo, y por él decidí quedarme a vivir en Israel y crear una familia aquí. Tengo 47 años, tenemos cuatro hijos maravillosos y soy absolutamente feliz en este país. Sólo viviendo aquí se puede comprender la complejidad que existe en Medio Oriente; conocer los dos lados de la moneda... A veces es difícil vivir aquí, pero lo bueno supera lo difícil y estoy muy orgullosa de ser hoy israelí.
- ¿A qué te dedicás actualmente?
- Sigo trabajando en el Hospital Hadassah, en Jerusalén. Hago seguimientos y cirugías en chicos de todas las edades y con toda la variedad de problemas oculares. Vivimos en las afueras de Jerusalén, en un moshav que se llama Shoresh. Un barrio muy lindo y tranquilo, rodeado de la naturaleza en la montaña.
- ¿Cómo fue la búsqueda laboral?
- La búsqueda laboral fue muy simple para mí. Tuve la suerte de conocer en Buenos Aires al que en ese momento era el director del departamento de Oftalmología de Hadassah, el profesor Hanan Zauberman, también argentino de origen. Durante la entrevista, él solo acepto hablar conmigo en inglés para estar seguro de que podría desenvolverme bien en ese idioma. Él fue quien me abrió las puertas en Hadassah y me apoyó en mi residencia, y posteriormente en mi decisión de quedarme a vivir en Israel. Al conocerme en el departamento de Oftalmología, no fue difícil quedarme como parte del personal estable de Hadassah; es no es fácil para nada, la competencia entre los mismos israelíes para entrar en el hospital es muy fuerte.
- ¿Sufriste un choque de culturas?
- Al principio sí... Me costó mucho aprender el hebreo, a pesar de haber tenido siempre facilidad para los idiomas. Pero con la ayuda de mis queridos amigos, de mis hermanos de la vida, pude seguir adelante. Los sábados el país se paraliza. No hay transporte público o negocios abiertos casi. Por un lado, los israelíes pueden ser bastante rudos en sus maneras y dan la impresión de dureza, hasta que se los llega a conocer mejor. La falta de paciencia aquí es generalmente la regla. Todos están muy apurados (se ve mucho esto en la rutas) y hay que tener todos los sentidos alertas para manejar. Por otra parte la solidaridad es impactante, la gente es muy cálida y quiere ayudar a su prójimo todo el tiempo.
- ¿Qué le aportó Tucumán a tu formación profesional y como persona?
- Tucumán está siempre en mi corazón. La Facultad de Medicina de la UNT me brindó una formación de altísimo nivel, que me permitió llegar a un hospital de nivel mundial muy alto y sentirme absolutamente preparada para el trabajo. Nunca sentí que me faltaran herramientas para desenvolverme. Al contrario, pude comprobar que mis conocimientos estaban por lo menos al nivel requerido o más alto. Me sentí siempre como un pez en el agua y por eso voy a estar siempre agradecida a la Dacultad de Medicina.
- ¿Qué es lo que más y lo que menos extrañás de Tucumán?
- En general una vez por año necesito llegar a Tucumán a cargar mis baterías para poder seguir. Ver a mi familia, mis amigos... caminar por las calles de mi Tucumán querido, comer empanadas y asado, viajar a Tafí del Valle, tomar un cafecito en la 25, respirar el aire tucumano... ¡Se extraña mucho! Lo que no se extraña... No sé bien, quizás la caña quemada con su lluvia negra en la ciudad, la polución, la basura por las calles, la pobreza extrema, tan duro de ver cuando uno se desacostumbra.
- ¿Volverías a Tucumán?
- No está en mis planes volver a Tucumán, pero la vida nos lleva a lugares y situaciones que no siempre son las que planeamos. Siempre me sentiré “en casa” en Tucumán.
- ¿Qué fue lo que te llevó a decidir mudarte?
- Llegué a Israel en junio de 1995 a realizar un programa de residencia en Oftalmología de tres años en el hospital Hadassah. Es uno de los más famosos por sus tratamientos de avanzada y por la investigación de alto nivel que se lleva a cabo. Allí estudiaban su doctorado mis dos mejores amigos, los mellizos Raúl y Gustavo Mostoslavsky. Por ellos me enteré de la posibilidad de realizar la residencia en Hadassah.
- ¿Cómo siguió la historia?
- La idea era completar los estudios y regresar a Tucumán, pero el amor me sorprendió después de un año de vivir en Israel. Conocí al hombre más extraordinario del planeta, Ophir, mi esposo, y por él decidí quedarme a vivir en Israel y crear una familia aquí. Tengo 47 años, tenemos cuatro hijos maravillosos y soy absolutamente feliz en este país. Sólo viviendo aquí se puede comprender la complejidad que existe en Medio Oriente; conocer los dos lados de la moneda... A veces es difícil vivir aquí, pero lo bueno supera lo difícil y estoy muy orgullosa de ser hoy israelí.
- ¿A qué te dedicás actualmente?
- Sigo trabajando en el Hospital Hadassah, en Jerusalén. Hago seguimientos y cirugías en chicos de todas las edades y con toda la variedad de problemas oculares. Vivimos en las afueras de Jerusalén, en un moshav que se llama Shoresh. Un barrio muy lindo y tranquilo, rodeado de la naturaleza en la montaña.
- ¿Cómo fue la búsqueda laboral?
- La búsqueda laboral fue muy simple para mí. Tuve la suerte de conocer en Buenos Aires al que en ese momento era el director del departamento de Oftalmología de Hadassah, el profesor Hanan Zauberman, también argentino de origen. Durante la entrevista, él solo acepto hablar conmigo en inglés para estar seguro de que podría desenvolverme bien en ese idioma. Él fue quien me abrió las puertas en Hadassah y me apoyó en mi residencia, y posteriormente en mi decisión de quedarme a vivir en Israel. Al conocerme en el departamento de Oftalmología, no fue difícil quedarme como parte del personal estable de Hadassah; es no es fácil para nada, la competencia entre los mismos israelíes para entrar en el hospital es muy fuerte.
- ¿Sufriste un choque de culturas?
- Al principio sí... Me costó mucho aprender el hebreo, a pesar de haber tenido siempre facilidad para los idiomas. Pero con la ayuda de mis queridos amigos, de mis hermanos de la vida, pude seguir adelante. Los sábados el país se paraliza. No hay transporte público o negocios abiertos casi. Por un lado, los israelíes pueden ser bastante rudos en sus maneras y dan la impresión de dureza, hasta que se los llega a conocer mejor. La falta de paciencia aquí es generalmente la regla. Todos están muy apurados (se ve mucho esto en la rutas) y hay que tener todos los sentidos alertas para manejar. Por otra parte la solidaridad es impactante, la gente es muy cálida y quiere ayudar a su prójimo todo el tiempo.
- ¿Qué le aportó Tucumán a tu formación profesional y como persona?
- Tucumán está siempre en mi corazón. La Facultad de Medicina de la UNT me brindó una formación de altísimo nivel, que me permitió llegar a un hospital de nivel mundial muy alto y sentirme absolutamente preparada para el trabajo. Nunca sentí que me faltaran herramientas para desenvolverme. Al contrario, pude comprobar que mis conocimientos estaban por lo menos al nivel requerido o más alto. Me sentí siempre como un pez en el agua y por eso voy a estar siempre agradecida a la Dacultad de Medicina.
- ¿Qué es lo que más y lo que menos extrañás de Tucumán?
- En general una vez por año necesito llegar a Tucumán a cargar mis baterías para poder seguir. Ver a mi familia, mis amigos... caminar por las calles de mi Tucumán querido, comer empanadas y asado, viajar a Tafí del Valle, tomar un cafecito en la 25, respirar el aire tucumano... ¡Se extraña mucho! Lo que no se extraña... No sé bien, quizás la caña quemada con su lluvia negra en la ciudad, la polución, la basura por las calles, la pobreza extrema, tan duro de ver cuando uno se desacostumbra.
- ¿Volverías a Tucumán?
- No está en mis planes volver a Tucumán, pero la vida nos lleva a lugares y situaciones que no siempre son las que planeamos. Siempre me sentiré “en casa” en Tucumán.
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