Me han marginado por mi discapacidad, pero logré cumplir mi sueño: ser actor
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- 11/11/16
Expresar emoción.
Por un problema al nacer, quedó con limitaciones importantes para moverse y hablar. Igual se ha animado a un oficio difícil que le permite dar rienda suelta a su creatividad. Por Ricardo Bianchi.
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No te das cuenta que no se te entiende una mierda?”. Todavía recuerdo la provocadora frase que me dijo en el escenario Esteban Parola, a quien llamo cariñosamente El colo. Es el director de un taller de teatro del que participo y que funciona en el Grupo Esperanza que realiza actividades para personas con discapacidad. Confieso que en ese momento tuve ganas de dejar el teatro –dejar todo en realidad– e irme de vuelta a casa donde vivo con mis padres y algunos de mis hermanos varones. ¿Quién se creía ese tipo para hablarme así?
Después descubrí que El colo, que se había formado con Ana María Giunta, era quizás la primera persona en la vida que me trataba como a un igual y no como a un ser discapacitado. El quería de verdad que yo me expresara con claridad y me lo dijo a lo bruto, sin rodeos. Casi todos los demás se dirigen a mí como si fuera un nene o un perfecto idiota. Y no es el caso. No es el caso para nada. Además es verdad. En general no se me entiende un carajo cuando hablo –perdón por expresarme así pero es como me sale– y esa es una de las tantas consecuencias de mi parálisis cerebral, algo que, no sé si lo dije, arrastro desde mi nacimiento.
Hace casi cuarenta años, según me contó una vez mi madre, no había posibilidad técnica de tomar ecografías. En tal caso se habría visto claramente en la pantalla que el cordón umbilical daba una doble vuelta alrededor de mi cabeza. Eso, según mi explicaron, limitó la cantidad de oxígeno que alimenta al cerebro y finalmente el problema se tradujo, como supe después, en algo llamado parálisis cerebral.
Debí haber nacido por cesárea pero no siempre las cosas se dan como deben ser. Por si alguien que está leyendo esto no lo sabe voy a ser más claro: no tengo discapacidad mental. Mi nivel intelectual es igual al de todos los demás. Pero falla eso que los médicos llaman motricidad fina, es decir, aparecen todo tipo de dificultades para mover correctamente sobre todo el lado izquierdo de mi cuerpo. La simple acción de agarrar un vaso es un lío grande para mí. No puedo caminar bien, tengo serios problemas con la dentadura, soy torpe, me choco con la gente o con los muebles; cuando estoy nervioso no contengo la saliva, de chico no la pasé bien y hoy no me da vergüenza decirlo. En general me cuesta mucho andar por la vida con mi cuerpo. Y el hecho de no caminar bien me genera dolores muy molestos.
Pese a todo me las arreglo bastante bien para hacer varias tareas: desde ir al baño sin ayuda hasta hacerme la cama y planchar, doblar la ropa y guardarla como se debe en el placar. Mi vieja siempre dice que soy el más ordenado de todos los hermanos. También cocino aunque muy poco porque no me gusta hacerlo. Raramente paso de la hamburguesa o de hervir unas salchichas. Pero algo es algo, ¿no? Y, perdón por la infidencia, hasta puedo tener relaciones sexuales normalmente y ser padre si quisiera … Lo aclaro por si acaso.
De chico no la pasé bien. Recibía muchas burlas de la gente y hasta me llegaron a pegar en la calle sólo por ser diferente a los demás. Eso me da bronca. ¿Quién no tiene un problema? ¿Quién es exactamente igual a otro? ¿Por qué no me aceptan como soy aunque a veces camine de una manera, sí, rara o desarticulada? Muy pronto me llevaron a instituciones para personas con discapacidad. Algunas fueron mejores que otras; el problema que veo es que muy pocas de esas entidades ofrecen herramientas para poder vivir solo en algún momento de la vida. Y no es un objetivo menor. No siempre tendremos quién nos cuide en la vida.
Es fundamental para mí alcanzar la independencia en todos los terrenos y poder vivir solo alguna vez. En cuanto a las instituciones que nombré también es difícil que ahí enseñen a hacer lo que a uno le gusta.Ni siquiera lo preguntan. Vamos como ganado adonde nos llevan, comemos lo que nos cocinan y nos vestimos con la ropa que nos dan. Tenemos que tener una personalidad fuerte para poder romper con eso alguna vez. Yo la tengo. Voy a decirlo mejor. Yo la tengo y si quiero puedo vivir solo. Con el tiempo, como dice la canción, aprendí a ser.
Mi gran sueño de siempre fue dedicarme a la actuación. Y eso que en el fondo creía que jamás podría hacerlo. Empecé teatro en 1995 y mi primer profe en el oficio fue Darío Peralta, quien en 2004 me alentó a participar con una obra que yo escribí junto a Santiago Cremon, Desesperanzado, con la cual gané un premio como mejor actor. La obra también obtuvo el primer galardón y reconocimiento del jurado.
Como resultado de semejante éxito nos prometieron entonces que íbamos a hacer una gira por la provincia de Buenos Aires. Pero todo quedó en promesas. Nunca nos llamaron y esa fue una gran frustración para mí. Llegué a pensar que nunca iba a poder hacer nada más que presentar obras en tal o cual lugar sin recibir nada a cambio. Luego empecé a participar del Grupo Esperanza, en Campana, donde nos dan diferentes talleres. Hace cinco años se incorporó Esteban Parola, el de la pregunta molesta que mencioné al principio. Él viene de Buenos Aires todas las semanas y nos da clases de teatro con la ayuda deSandra Maladesky y Corina Fara, unas genias que siempre me llaman, simplemente, Ricky.
El teatro me hizo feliz. Ahí sí encontré un espacio donde poder ser yo mismo, un lugar donde me tratan como a una persona y no como a un discapacitado. Somos un grupo de treinta y dos actores y todos trabajamos por igual. Llevamos hechas dos obras de teatro: Historias de circo y Diferencias. Hace poco estuve de gira en Salta con la obraVos, ¿payaso? Fue una experiencia fabulosa. Después surgieron en el grupo las ganas de filmar una película y lo hicimos. Se llamó Pasos y kilómetros y a partir de ella creamos un teaser: es una especie de anticipo publicitario o tráiler de un film a realizar.
Con ese proyecto participamos en tres festivales internacionales de cine que se hicieron en Mar del Plata, en Panamá y también en Cuba. El mismo Esteban admite que la película completa sigue siendo una cuenta pendiente. Actualmente pasan por Canal Encuentro una serie documental que se llama Cero Drama; ahí se ve muy bien el proceso de trabajo que hacemos en el grupo.
Lo cierto es que la gente está aprendiendo a ver en mí no ya la discapacidad, que no la niego, sino al actor y al hombre que se esconde detrás de la máscara. Yo siempre digo que soy un actor sin máscara, es decir, sin ocultar la esencia de lo que soy aún convertido en personaje dramático. Confieso que mi objetivo de máxima sería poder vivir del teatro, es decir, de lo que me gusta. De hecho cobré por algunos de los trabajos mencionados.
Me alientan además algunos cambios que observo en mi vida cotidiana. La gente en la calle me reconoce, los vecinos me saludan, los remiseros no me quieren cobrar por el viaje, es decir, me siento valorado como persona. Es más. Cuando gané el premio al mejor actor en los torneos juveniles sentí que ese fue mi lanzamiento. Lo dijo en un discurso Marita Nabais, la presidenta del Grupo Esperanza. Dijo que mis discapacidades físicas nunca fueron obstáculo y que según ella tengo excelentes condiciones actorales. Supongo que vivir de lo que a uno le gusta no debe ser fácil para nadie. Pero quién sabe.
El proyecto pendiente que tenemos en el grupo de hacer una película muestra que el teatro puede convertirse en una posibilidad de trabajo para las personas con discapacidad que lo elijan. Como parte de mi plan, recientemente fui a la Asociación Argentina de Actores e inicié los trámites para que me dieran el carné.
El amor es todo un tema para mí. No es fácil que las mujeres me miren como hombre. A mí me gustaría formar una familia y hasta pensar en tener hijos. No parece sencillo, sin embargo. Siempre van a mirarme como a un discapacitado y no como a una persona. Una vez me enamoré mal de una chica que anda en silla de ruedas, que vive en San Antonio de Areco. Tenía que tomar tres colectivos para verla. Pero de un día para el otro la abuela que estaba a cargo de la chica me prohibió ir a visitarla porque ella quería, dijo, una persona normal para su nieta. Eso fue muy doloroso para mí. Y contando esto vuelvo a lo mismo. No me dieron y no me dan la posibilidad de elegir. ¿No es injusto? Extiendo la pregunta a los que me están leyendo ahora. Reconozco que a veces me vienen bajones o rencores. A quién no. Entonces digo y me digo que quiero dejar todo. No quiero, no voy, no quiero … En esas pocas palabras se resumen los bajones que a veces me agarran pero enseguida pasan.
Ahora estoy conociendo a una persona del elenco, quiero decir, a una compañera de teatro … Digo estoy conociendo porque no quiero apresurarme a hablar de enamoramiento, pareja y cosas así ya que en el pasado sufrí muchas decepciones amorosas. Pero quién sabe esta vez funcione. Me parece que ella está tan enganchada como yo. Hoy tengo otra manera de ver el mundo. Ahora debo tirar de nuevo las cartas y ver qué sale. Lo bueno es que aprendí que todo cuesta y con discapacidad más. Lo maravilloso es que no lo veo imposible.
Al margen de todo debo admitir que soy desconfiado con la gente. Cuando conozco a una persona nueva la mido con el mayor detalle. Puedo hacerlo entre otras cosas porque, como dije, no tengo discapacidad mental sino motora. Pero los demás no siempre entienden esta diferencia clave.
En general me molesta que me miren porque siempre está la posibilidad de la burla. Es cierto que a veces me autoexcluyo, me aíslo en una especie de mundo paralelo. Hay cosas que me desagradan. Por ejemplo, no me gusta que me miren comer. Tampoco me gusta pedir ayuda para hacer cosas habituales como, no sé, afeitarme o cortar carne. No me gusta que la gente no me entienda cuando hablo. Creo que debería ir a una fonoaudióloga. Pero admito que soy vago para ir a los médicos, a los dentistas, a los psicólogos. Todo eso me harta. También me molesta cuando Esteban, el director del grupo, me exige con vistas a una obra de teatro que me aprenda la letra de memoria. Pero al final lo hago y la digo en público, aún con dificultad. Siempre me dicen que en el escenario se me entiende mucho mejor que en cualquier otro lado. Es algo parecido a lo que pasa con el tartamudo en La película del rey.
Algunos pasos estoy dando. Hago yoga, aprendo a respirar mejor, me río de mi discapacidad. Hace poco murió Guillermo, un amigo de toda la vida que además de ser mi eterno compinche era ciego. Un día estábamos filmando un documental y él me pidió un favor en caso de que él se muriera: que yo no abandonara el teatro.
El humor es una gran herramienta para mí. El humor y la aceptación de lo que soy. Eso le digo a los demás y en especial a los que todavía se burlan. Los que me quieran tienen que saber que yo soy esto que soy. Si les gusta bien y si no les gusta, bueno, ya saben … En el mundo hay lugar para todos
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Ricardo Bianchi, 38 años, vive en Campana. Al nacer, el cordón umbilical mal posicionado generó falta de oxígeno y eso derivó en parálisis cerebral. Pese al problema, él siempre ha ido para adelante. Empezó a hacer teatro en 1995, primero como hobby y luego de forma más profesional. Forma parte del Grupo Esperanza, una asociación sin fines de lucro de su ciudad que ofrece talleres de artes y deportes para personas con discapacidad. Ganó en 2004 el Premio al Mejor Actor en los Torneos Bonaerenses Integrados. Y este año fue elegido para participar del Encuentro Internacional de Mimo y Clown de Salta. Vive con sus padres, pero sueña con poder encontrar un lugar sólo para él.
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