Los adolescentes tucumanos y el consumo de gaseosas
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En los últimos lustros, el simpático gordito, conocido también como el dueño de la pelota, fue incrementando sus kilos hasta convertirse en obeso, poniendo en riesgo su salud. La llamada comida chatarra y de las bebidas azucaradas, consumidas en exceso, se han convertido en enemigas de la calidad de vida y conducen a la enfermedad.
El informe “Alimentos y bebidas ultraprocesados en América Latina: tendencias, efecto sobre la obesidad e implicaciones para las políticas públicas”, publicado por la Organización Panamericana de la Salud (OPS) y la Organización Mundial de la Salud (OMS), indica que entre 2000 y 2013, las ventas per capita de estos productos aumentaron en América Latina. El incremento del consumo se relaciona fuertemente con el aumento del peso corporal promedio, lo que indica que estos productos son un importante motor en el crecimiento de las tasas de sobrepeso y obesidad en la región. “Estos productos no están diseñados para satisfacer las necesidades nutricionales de las personas, sino para que se conserven por mucho tiempo en los estantes y generen deseos incontrolados de consumo que llegan a dominar los mecanismos innatos de control del apetito y hasta el deseo racional de dejar de comer. Por eso resultan doblemente perjudiciales: son casi adictivos y eso lleva aumentar el sobrepeso y la obesidad, al tiempo que sustituyen los alimentos frescos, que son la base de una dieta natural rica en nutrientes”, afirmó Enrique Jacoby, asesor sobre Nutrición y Actividad Física de la OPS-OMS.
En Tucumán, el sobrepeso ha encendido desde hace tiempo luces de alarma. El responsable del Programa de Atención Integral de la Obesidad en Tucumán, doctor Francisco D’Onofrio, señaló que la Encuesta Nacional de Factores de Riesgo del Ministerio de Salud de la Nación (2013) mostró una prevalencia de sobrepeso en mayores de 18 años en el país del 37,1%, mientras que la de obesidad llega al 20,8%. Pero Tucumán tiene el 21,6 %, es decir que 200.000 adultos mayores de 18 años -lo que equivale a que más de la mitad de la población- tiene exceso de peso. Agregó que la población adolescente tucumana es la mayor consumidora de bebidas gaseosas azucaradas en el país.
Los chicos con sobrepeso tienen muchas probabilidades de convertirse en adultos obesos y de sufrir a edades más tempranas diabetes y enfermedades cardiovasculares. La disminución de la actividad física produce igualmente un desequilibrio energético que desemboca en el aumento de peso. La obesidad es causa a menudo de enfermedades coronarias, diabetes, cáncer, hipertensión, accidentes cardiovasculares, problemas respiratorios, ginecológicos y hepáticos, de apnea, entre otras afecciones.
Hemos señalado en otra ocasión que debería diseñarse una política de Estado que involucrara a las áreas de educación, salud y deportes. Los hábitos básicos de alimentación sana deberían adquirirse desde jardín de infantes. Podrían incrementarse las horas de educación física en la primaria y la secundaria, así como organizar talleres de vida sana para padres en las escuelas, en los centros vecinales, en las plazas. A través de los medios audiovisuales, el Estado podría difundir normas de alimentación y promover la actividad física. La educación es la mejor herramienta para no dejarse arrastrar por la fiebre del consumo.
El informe “Alimentos y bebidas ultraprocesados en América Latina: tendencias, efecto sobre la obesidad e implicaciones para las políticas públicas”, publicado por la Organización Panamericana de la Salud (OPS) y la Organización Mundial de la Salud (OMS), indica que entre 2000 y 2013, las ventas per capita de estos productos aumentaron en América Latina. El incremento del consumo se relaciona fuertemente con el aumento del peso corporal promedio, lo que indica que estos productos son un importante motor en el crecimiento de las tasas de sobrepeso y obesidad en la región. “Estos productos no están diseñados para satisfacer las necesidades nutricionales de las personas, sino para que se conserven por mucho tiempo en los estantes y generen deseos incontrolados de consumo que llegan a dominar los mecanismos innatos de control del apetito y hasta el deseo racional de dejar de comer. Por eso resultan doblemente perjudiciales: son casi adictivos y eso lleva aumentar el sobrepeso y la obesidad, al tiempo que sustituyen los alimentos frescos, que son la base de una dieta natural rica en nutrientes”, afirmó Enrique Jacoby, asesor sobre Nutrición y Actividad Física de la OPS-OMS.
En Tucumán, el sobrepeso ha encendido desde hace tiempo luces de alarma. El responsable del Programa de Atención Integral de la Obesidad en Tucumán, doctor Francisco D’Onofrio, señaló que la Encuesta Nacional de Factores de Riesgo del Ministerio de Salud de la Nación (2013) mostró una prevalencia de sobrepeso en mayores de 18 años en el país del 37,1%, mientras que la de obesidad llega al 20,8%. Pero Tucumán tiene el 21,6 %, es decir que 200.000 adultos mayores de 18 años -lo que equivale a que más de la mitad de la población- tiene exceso de peso. Agregó que la población adolescente tucumana es la mayor consumidora de bebidas gaseosas azucaradas en el país.
Los chicos con sobrepeso tienen muchas probabilidades de convertirse en adultos obesos y de sufrir a edades más tempranas diabetes y enfermedades cardiovasculares. La disminución de la actividad física produce igualmente un desequilibrio energético que desemboca en el aumento de peso. La obesidad es causa a menudo de enfermedades coronarias, diabetes, cáncer, hipertensión, accidentes cardiovasculares, problemas respiratorios, ginecológicos y hepáticos, de apnea, entre otras afecciones.
Hemos señalado en otra ocasión que debería diseñarse una política de Estado que involucrara a las áreas de educación, salud y deportes. Los hábitos básicos de alimentación sana deberían adquirirse desde jardín de infantes. Podrían incrementarse las horas de educación física en la primaria y la secundaria, así como organizar talleres de vida sana para padres en las escuelas, en los centros vecinales, en las plazas. A través de los medios audiovisuales, el Estado podría difundir normas de alimentación y promover la actividad física. La educación es la mejor herramienta para no dejarse arrastrar por la fiebre del consumo.
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