Le dijeron que no iba a poder caminar ni tener hijos; hoy cuenta su historia de superación
Javier Salazar tuvo un ACV a los 26 años que lo dejó con secuelas motoras. Contra todos los pronósticos, salió adelante y cumplió su sueño.
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Jimena Barrionuevo
VIERNES 10 DE MARZO DE 2017 • 13:20
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Cuando a Javier Salazar (41) le dijeron que no iba a volver a caminar supo que no quería bajar los brazos. O mejor dicho, las piernas. También supo que no iba a tomar por un hecho ese diagnóstico que sentenciaba que tampoco iba a poder tener hijos y que lo tomó por sorpresa esa fría mañana de agosto. Como todas las noches, se había acostado temprano y había preparado todo para una jornada más de trabajo en la estación de servicio donde estaba empleado. Pero esa mañana, cuando sonó el despertador, lo apagó y siguió durmiendo, un poquito más, sí, porque ese era su día franco y se merecía un descanso. Durmió con sueño profundo, como hacen los bebés. Y lo que pasó a continuación fue un hecho desafortunado que barajó de nuevo las cartas de su destino y dio un rumbo diferente a su vida: desmayo, golpe, oscuridad y silencio total.
Lo encontró su papá tendido sin conocimiento en el suelo, que acudió a su auxilio asustado por el ruido que hizo al caer. Llamó a la ambulancia y a Javier lo trasladador al Hospital de San Martín de los Andes, la localidad donde vive, y allí recibió los primeros cuidados. Tenía 26 años y había sufrido un accidente cerebrovascular -la segunda causa de muerte temprana en Occidente y una de las principales de discapacidad-. Necesitaba ser operado de urgencia para extirpar el angioma que se alojaba en su parietal izquierdo, justo detrás de la oreja. El ACV había afectado en forma permanente su centro de equilibrio y dejó secuelas motoras que lo obligaron desde entonces a desplazarse con la ayuda de un bastón ortopédico.
Pero Javier no bajó los brazos. Fue trasladado a una clínica de alta complejidad en Neuquén e intervenido. Tuvo que vender su auto para pagar la cirugía y aceptar una ayuda ("de esas que llegan en el tiempo justo, como un regalo del cielo") de quien era en ese momento su jefe. Por parte de los médicos la operación había sido un éxito pero ahora le tocaba a él el mayor esfuerzo. Tuvo que aprender a hablar de nuevo; muy lentamente y con infinita paciencia fue incorporando las palabras en su vocabulario. Siguieron horas y jornadas completas en un centro de rehabilitación y kinesiología para lograr que su cuerpo respondiera a ese deseo que tanto anhelaba y que era volver a caminar. "Al principio no hablaba, estaba totalmente desganado, me costaba mucho moverme. Lo que no recuperé más fue el equilibrio y por eso tengo que usar bastones para movilizarme", dice Javier.
Y fue entonces, allá por 2004, en el preciso instante en que su mundo parecía hundirse en la densidad de la oscuridad que una luz se encendió en su camino. Fue cuando conoció a Lorena (42), que es hoy la mamá de sus hijos Milagros (10) y Javier Joaquín (5) y pilar básico en su recuperación y re-inserción social. Se habían cruzado por esas cosas del destino cuando eran chicos en una reunión familiar y en esa segunda oportunidad el destino quiso que sus caminos ya no se bifurcaran. "Nos casamos por civil, por Iglesia, todo legal. Compramos una casita pre-fabricada en el barrio donde me crié y después buscamos a la nena. Eso era lo que yo siempre había querido para mi vida. Cuando nos enteramos que Lorena estaba embarazada no pudimos contener las lágrimas de la emoción. La remamos muchísimo. Ella es docente de nivel inicial y yo soy empleado municipal. En noviembre del año pasado salimos sorteados en un programa de la provincia de Neuquén del Instituto Provincial de Vivienda y Urbanidad y ya estamos construyendo nuestro propio hogar. Estamos muy contentos. Creemos que a fin de año vamos a poder mudarnos. Vamos a esperar que no haga tanto frío", cuenta Javier que como consecuencia del ACV estuvo desempleado durante cinco años. Tocó puertas, hizo llamados telefónicos hasta que finalmente la Asociación Civil Puentes de Luz le tendió una mano. Aunque en realidad fue más que una mano: desde Puentes de Luz se abrió la posibilidad de hacer nuevas amistades, generar contactos y de comenzar a participar en diferentes actividades deportivas, lo que significó un antes y después en su recuperación. "Yo pesaba 110 kg y estaba encerrado entre cuatro paredes, como le pasa a muchos discapacitados. El deporte cambió literalmente mi vida", sentencia con seguridad.
El primer desafío fue subir al Volcán Lanín de 3.776 metros en la provincia de Neuquén. Todo una prueba a la valentía y al coraje para alguien que necesita asistencia para caminar. Misión cumplida. Javier no se dio por vencido y fue por más. "En el 2012 corrí mi primera carrera de aventura, fueron 8 km. Por momentos me ganaba el cansancio y sentía que no iba a llegar a cruzar la meta pero apreté los dientes y no paré hasta el final".
Ese mismo año había trabajado en un puesto de asistencia e hidratación de Patagonia Run, una carrera de montaña en formato non stop donde los corredores cubren sin parar distancias de 10 a 145 km. "Me acuerdo que, sentado, miraba cómo pasaban los competidores que recorrían los 100 km. ¿Y por qué si ellos pueden yo no voy a poder?, pensaba. Aunque sea 10 km, me tengo que animar", relata Javier. Y se animó, sin pensarlo mucho empezó a entrenar y se lanzó a la aventura. "Es que más allá de correr se trata de transmitir un mensaje: si vos creés, vos podés. Todo lo que me dijeron que no iba a poder hacer es todo lo que gracias a Dios logré después de la operación", dice orgulloso. Este abril Javier va a correr por sexta vez los 12 km de Patagonia Run. "Lo que valoro de las carreras es que uno se siente totalmente incluido porque corrés la misma distancia que el otro, transitás la misma senda, usás la misma remera, comés el mismo caramelo que el otro y llegás al mismo lugar que llegan todos. Como dice mi amigo Chucho, cuando ya no hay piernas, brazos o físico hay que llegar con el corazón. Y eso es lo que hago desde que tuve el ACV: cruzar todas las barreras y superarme todos los días".
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