Le diagnosticaron un embarazo de riesgo, pero insistió y hoy es madre de una beba
Gabriela comparte su experiencia de cómo fue transitar el embarazo haciéndole frente a la trombofilia
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Gabriela Palleros
MIÉRCOLES 17 DE AGOSTO DE 2016 • 00:06
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Voy a comenzar diciendo que vivir la pérdida de un embarazo no es una situación simple de llevar, ni en el plano físico y, mucho menos, en el plano emocional. Yo había transitado dos pérdidas de embarazos cuando me enteré de que padecía trombofilia hereditaria, por lo tanto, venía de meses de mucha angustia, y de salas de esperas interminables en consultorios médicos. Lo primero que pensé fue: por qué no me lo detectaron antes, y acto seguido, me sobrevino el pánico de cómo iba a lograr ser madre con esta enfermedad que no tenía ni idea como apalear y, lo que es peor, ni siquiera sabía que tenía.
Las respuestas no tardaron en llegar. La trombofilia no es precisamente una enfermedad, sino una predisposición de la sangre a formar coágulos, que puede causar, entre otras complicaciones extremas, que el embarazo no llegue a término. Yo no me había enterado antes el diagnóstico porque muchos médicos no lo incluyen en la batería de análisis iniciales, y recién a partir de la tercera pérdida, lo empiezan a considerar como un punto a investigar. Respecto a encarar un embarazo con esta vulnerabilidad,no había duda de que para eso iba a tener que acudir a la ayuda de los médicos especializados, que desde hace tiempo vienen desafiando y superando el riesgo que este tema genera.
La importancia del control a tiempo
En mi caso, fue de la mano de la Dra Hilda Ruda Vega, quien no sólo me detectó esta predisposición en la sangre, sino que desde el primer momento, me habló de la importancia de los controles prenatales, y que además, junto a la Hematóloga Adriana Sarto me ayudaron a encarar la búsqueda de mi tercer embarazo, pese a todos los fantasmas que me significaba quedar nuevamente embarazada. Tenía que confiar, me lo repetía a mí misma, una y otra vez, tenía que empezar a considerar la idea de que mi próximo embarazo iba a estar sujeto a un tratamiento estricto a base de dosis de heparina inyectables que asegurarían la correcta coagulación de mi sangre.
No fueron meses fáciles. Tanto a mi esposo a como a mí, nos daba miedo iniciar nuevamente la búsqueda, habíamos quedado asustados, nuestro primer acercamiento al deseo de ser padres se había teñido de incertidumbre, de términos médicos, de noches eternas de charlas entre nosotros que mitigaban nuestra angustia. Decidimos que lo mejor era esperar un tiempo para poder corrernos del foco de la ansiedad que nos generaba el tema.
Necesitábamos despejarnos, y asimilar todo lo que nos había pasado, en especial, empezar a aceptar a la trombofilia para aprender, de a poco, cómo iba a ser posible combatirla. No podíamos no estar convencidos, si volvíamos a intentar un embarazo, teníamos que tomar una decisión en relación al tema, sabíamos que no podíamos adoptar una actitud pasiva, teníamos que interiorizarnos respecto al tratamiento. La nueva búsqueda la encararíamos informados.
Los mejores alumnos
Y un día llego el gran momento, nuestro tercer embarazo ya era un hecho. Recuerdo que entré al consultorio de mi obstetra y nos abrazamos, la miré y le dije: "Hilda, me pongo en tus manos". Ella sonrió con la tranquilidad de las personas que están acostumbradas a lidiar con situaciones de riesgo, y sin duda la confianza y su temperamento fue nuestro aliciente durante todo el embarazo. Nos presentó a su equipo, en especial, a nuestro querido ecografista, el Dr Carlos Fernández, quien nos acompañó, semana a semana, con una paciencia y una dedicación, que nunca me va a dejar de emocionar. Cada ecografía para nosotros era una prueba a superar, era, ni más ni menos, la respuesta de que el tratamiento estaba funcionando.
Sin dudas, vivimos tiempos de mucho aprendizaje, la Dra Sarto nos armó un tratamiento en base mi tipo de trombofilia, y tanto mi esposo como yo, nos transformamos en expertos de cómo había que aplicarme la dosis. Respetamos el tratamiento al pie de la letra, los meses de reposo absoluto, los controles, la medicación. Sabíamos que desde nuestro lugar habíamos hecho todo, ahora estábamos entregados al destino, a lo que no se puede controlar, en otras palabras, estábamos entregados a la vida. Hicimos grandes esfuerzos para que el miedo no nos paralice, queríamos vivir nuestro embarazo con felicidad, nos merecíamos vivirlo con alegría, por lo tanto decidimos tener fe, tomar como una especie de mantra el "sí, se puede" y corrernos de todo pensamiento negativo que nos nuble nuestra esperanza.
Así fueron nuestras 35 semanas de embarazo. Me inyecté heparina cada mañana, el primer tiempo, luego se le sumó también cada noche. Si bien, corríamos el riesgo de tener que ir a una cesárea de urgencia, mi obstetra tomó todas las medidas para que, aun así, no existieran mayores complicaciones. Había llegado el momento clave, el último trimestre, una vez más teníamos que confiar en que, a pesar de la trombofilia, iba a salir todo bien
Al final, la alegría
Nuestra beba nació un viernes a las 12.10 del mediodía, ochomesina, pero con un muy buen peso. La felicidad se hizo palpable, se me descompaginaron los sentimientos, quería llorar, reír, necesitaba expresar todas las emociones que habíamos pasado con mi esposo. Sin duda, habíamos hecho un trabajo de equipo, nosotros como pareja, apoyándonos en todo el amor que nos tenemos, para sostenernos en los momentos más complicados, y los médicos que se habían convertido en las personas que veíamos más seguido que incluso que a nuestra propia familia, y que se brindaron a nosotros con un profesionalismo digno de destacar.
Hoy estamos los tres en casa, miro a mi hija, y atrás quedaron las horas de angustia, las esperas interminables, los términos médicos. Sólo me viene a la mente, nuestra alegría cada vez que salíamos de hacernos una ecografía, la tranquilidad de haber dado con el diagnóstico, y la satisfacción de que, más allá de todo el esfuerzo, pudimos lograrlo.
El embarazo es una etapa muy especial, nos trasciende, y nos marca un antes y un después. A veces todo sale bien, y desde el principio su magia nos transforma, otras, presenta más dificultades y debemos ponerle doblemente el cuerpo para hacerle frente.No quería dejar de contar mi experiencia con la trombofilia para abrazar a todas esas parejas que transitan la misma situación que nosotros, con la esperanza y la ilusión de que tal vez nuestra historia les sirva , y dejarles un "sí, se puede" gigante, que los llene de fuerza y los empuje hacia adelante.
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