¿Por qué nos angustiamos?
Nuestra manera de ser y de pensar, provoca, mantiene o aumenta nuestra ansiedad, por lo tanto, en nosotros está, aprender a eliminarla.
"Sólo el hombre obstaculiza su felicidad, destruyendo lo que en realidad es, con pensamientos sobre lo que pudiera ser". John Dryden (Poeta, dramaturgo y crítico Inglés). |
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Decimos que estamos angustiados, cuando:
- Nos sentimos nerviosos,
- preocupados,
- desconfiados y/o
- temerosos
- Prácticos (relacionados con el manejo del hogar, el cuidado de los niños, el trabajo, situación económica),
- físicos (dolores, enfermedades, cansancio, sueño, problemas sexuales; como resultado de drogas, alcohol, cigarro, cafeína o ciertos medicamentos, la falta de oxigenación)
- familiares (las relaciones de pareja, hijos, hermanos, padres).
- emocionales (temores, preocupación, apatía y tristezas).
- inquietudes espirituales o religiosas.
Nuestras emociones, no están provocadas únicamente por las situaciones que vivimos.
Si así fuera, todos nos sentiríamos exactamente igual ante un mismo hecho y no es así.
Nuestros sentimientos surgen de lo que pensamos, de ese hecho.
Si ante un problema pensamos:
"Ni modo, se complicaron las cosas, pero se que las puedo resolver", no nos angustiamos.
Pero si decimos: "¿Ahora qué voy a hacer?, no voy a poder salir adelante, es horrible, etc." seguramente nuestra ansiedad va a ser enorme.
Si así fuera, todos nos sentiríamos exactamente igual ante un mismo hecho y no es así.
Nuestros sentimientos surgen de lo que pensamos, de ese hecho.
Si ante un problema pensamos:
"Ni modo, se complicaron las cosas, pero se que las puedo resolver", no nos angustiamos.
Pero si decimos: "¿Ahora qué voy a hacer?, no voy a poder salir adelante, es horrible, etc." seguramente nuestra ansiedad va a ser enorme.
Nos angustiamos, cuando nuestro cerebro registra que estamos frente a un peligro importante o ante algún tipo de amenaza.
La finalidad de esta respuesta emocional, es alertarnos para que podamos protegernos.
Sin embargo, nuestro cerebro puede interpretar una situación inofensiva, como peligrosa y disparar la ansiedad, igual que si el peligro o la amenaza fuera real.
La angustia que vivimos ante una situación que realmente puede causarnos daño, es positiva, porque nos lleva a actuar para:
La finalidad de esta respuesta emocional, es alertarnos para que podamos protegernos.
Sin embargo, nuestro cerebro puede interpretar una situación inofensiva, como peligrosa y disparar la ansiedad, igual que si el peligro o la amenaza fuera real.
La angustia que vivimos ante una situación que realmente puede causarnos daño, es positiva, porque nos lleva a actuar para:
- Resolver la situación o
- huir del peligro.
Pero la ansiedad que surge de nuestra percepción equivocada, nos daña innecesariamente.
La ansiedad está íntimamente relacionada al miedo.
La diferencia está, en que sentimos miedo ante cosas presentes y concretas y nos angustiamos ante situaciones que creemos que van a suceder.
El cerebro recibe información a través de nuestros sentidos, pensamientos o de nuestra imaginación y responde provocando una emoción.
Si un aroma, música, sabor, etc., estuvieron relacionados con una situación que nos produjo una emoción fuerte, cada vez que olemos, escuchamos, saboreamos, vemos, etc., ese mismo elemento, recordamos y sentimos la misma emoción.
Lo mismo sucede con solo pensar en ciertos hechos.
Ante el mismo estímulo, nuestro cerebro reacciona siempre igual.
Por eso, cada vez que pensamos, recordamos o percibimos ciertas cosas que nos causaron ansiedad, nos angustiamos nuevamente, de manera automática.
Lo importante es aprender a evitar o parar esos pensamientos repetitivos que nos angustian.
Y distinguir entre la información real y la irreal o exagerada, que está recibiendo nuestro cerebro.
El siguiente ejercicio te ayudará a ver cómo se da esta relación entre el cerebro y nuestra respuesta física y/o emocional.
Imagínate, con los ojos cerrados, que estas frente a un limón.
Lo tomas en tus manos y sientes la textura de su cáscara.
Te lo acercas a la nariz y lo hueles.
Ahora, imagínate que tomas un cuchillo y lo cortas, viendo como salen algunas gotas de su jugo.
Lo tomas en tu mano, abres la boca y lo exprimes.
El jugo cae lentamente en tu boca.
¿Pudiste imaginártelo?
¿Qué sentiste?
Si pudiste hacerlo bien, seguramente aumentó la cantidad de saliva en tu boca, porque tu cerebro reaccionó ante tu imaginación, como lo haría si el limón hubiera sido real y hubieras llevado a cabo las acciones descritas.
Con este ejercicio, podemos ver uno de los principales problemas para manejar la ansiedad:
El cerebro no distingue entre la información correcta y la errónea, la que es real y la que es creada por nuestros pensamientos e imaginación.
Además, generalmente no nos damos cuenta del momento en que el cerebro responde y por eso muchas veces no entendemos la razón o intensidad de cierta emoción.
Los calmantes no nos quitan la ansiedad, sólo disminuyen, momentáneamente, algunos de sus síntomas.
Para acabar con la ansiedad necesitamos cambiar nuestra manera de interpretar la realidad y nuestros pensamientos.
La angustia no sólo nos hace sufrir, puede llegar a paralizarnos, en el sentido de no poder hacer nada para solucionar nuestros problemas.
Nos podemos sentir desesperados, sin voluntad para actuar y con la sensación de no tener control sobre lo que sucede.
La ansiedad está íntimamente relacionada al miedo.
La diferencia está, en que sentimos miedo ante cosas presentes y concretas y nos angustiamos ante situaciones que creemos que van a suceder.
El cerebro recibe información a través de nuestros sentidos, pensamientos o de nuestra imaginación y responde provocando una emoción.
Si un aroma, música, sabor, etc., estuvieron relacionados con una situación que nos produjo una emoción fuerte, cada vez que olemos, escuchamos, saboreamos, vemos, etc., ese mismo elemento, recordamos y sentimos la misma emoción.
Lo mismo sucede con solo pensar en ciertos hechos.
Ante el mismo estímulo, nuestro cerebro reacciona siempre igual.
Por eso, cada vez que pensamos, recordamos o percibimos ciertas cosas que nos causaron ansiedad, nos angustiamos nuevamente, de manera automática.
Lo importante es aprender a evitar o parar esos pensamientos repetitivos que nos angustian.
Y distinguir entre la información real y la irreal o exagerada, que está recibiendo nuestro cerebro.
El siguiente ejercicio te ayudará a ver cómo se da esta relación entre el cerebro y nuestra respuesta física y/o emocional.
Imagínate, con los ojos cerrados, que estas frente a un limón.
Lo tomas en tus manos y sientes la textura de su cáscara.
Te lo acercas a la nariz y lo hueles.
Ahora, imagínate que tomas un cuchillo y lo cortas, viendo como salen algunas gotas de su jugo.
Lo tomas en tu mano, abres la boca y lo exprimes.
El jugo cae lentamente en tu boca.
¿Pudiste imaginártelo?
¿Qué sentiste?
Si pudiste hacerlo bien, seguramente aumentó la cantidad de saliva en tu boca, porque tu cerebro reaccionó ante tu imaginación, como lo haría si el limón hubiera sido real y hubieras llevado a cabo las acciones descritas.
Con este ejercicio, podemos ver uno de los principales problemas para manejar la ansiedad:
El cerebro no distingue entre la información correcta y la errónea, la que es real y la que es creada por nuestros pensamientos e imaginación.
Además, generalmente no nos damos cuenta del momento en que el cerebro responde y por eso muchas veces no entendemos la razón o intensidad de cierta emoción.
Los calmantes no nos quitan la ansiedad, sólo disminuyen, momentáneamente, algunos de sus síntomas.
Para acabar con la ansiedad necesitamos cambiar nuestra manera de interpretar la realidad y nuestros pensamientos.
La angustia no sólo nos hace sufrir, puede llegar a paralizarnos, en el sentido de no poder hacer nada para solucionar nuestros problemas.
Nos podemos sentir desesperados, sin voluntad para actuar y con la sensación de no tener control sobre lo que sucede.
Si nuestros pensamientos provocan nuestra ansiedad, es importante trabajar sobre ellos.
El problema es que, con frecuencia, no podemos dejar de pensar en ciertas cosas, aunque nos angustien o nos estén haciendo sufrir.
Haz el siguiente ejercicio:
Piensa en los números pares que hay del 1 al 10 y repítelos 3 veces.
Ahora, deja de pensar en dichos números.
Por ningún motivo permitas que regresen a tu pensamiento.
¿Puedes hacerlo?
Seguramente no.
Lo mismo sucede cuando no podemos dejar de pensar en algo que nos angustia.
Mientras más nos esforzamos en olvidar dichos pensamientos, más presentes se hacen.
Si tratamos de pensar en otra cosa, que no es importante, el pensamiento que nos angustia regresa una y otra vez, porque nuestro cerebro le da prioridad a lo que considera más importante.
Por eso el primer paso es analizar lo que está sucediendo y darle a cada situación o persona, su valor e importancia real.
Por ejemplo:
Si creemos que alguién se va a enojar con nosotros o que nos van a criticar, generalmente nos angustiamos.
Mientras más angustiados estamos, más pensamos en las consecuencias negativas, más las exageramos y con ello, incrementamos nuestra angustia.
Así, podemos pasar horas y horas, pensando qué decir, cómo hacerlo y qué hacer si se enoja o cómo evitar la crítica.
Y mientras, nuestra angustia sigue creciendo.
Nos angustiamos como si fuera a suceder algo terrible.
Pero, ¿qué tan terrible, realmente puede llegar a ser?
¿Se va a terminar, definitivamente, la relación?
¿Nos va a golpear?
¿Vamos a quedarnos solos y no vamos a poder ser felices nunca más?
Probablemente nada de esto suceda.
Si nos damos cuenta de que estamos exagerando las consecuencias y que éstas pueden ser desagradables, pero no terribles, la importancia que le damos al hecho
El problema es que, con frecuencia, no podemos dejar de pensar en ciertas cosas, aunque nos angustien o nos estén haciendo sufrir.
Haz el siguiente ejercicio:
Piensa en los números pares que hay del 1 al 10 y repítelos 3 veces.
Ahora, deja de pensar en dichos números.
Por ningún motivo permitas que regresen a tu pensamiento.
¿Puedes hacerlo?
Seguramente no.
Lo mismo sucede cuando no podemos dejar de pensar en algo que nos angustia.
Mientras más nos esforzamos en olvidar dichos pensamientos, más presentes se hacen.
Si tratamos de pensar en otra cosa, que no es importante, el pensamiento que nos angustia regresa una y otra vez, porque nuestro cerebro le da prioridad a lo que considera más importante.
Por eso el primer paso es analizar lo que está sucediendo y darle a cada situación o persona, su valor e importancia real.
Por ejemplo:
Si creemos que alguién se va a enojar con nosotros o que nos van a criticar, generalmente nos angustiamos.
Mientras más angustiados estamos, más pensamos en las consecuencias negativas, más las exageramos y con ello, incrementamos nuestra angustia.
Así, podemos pasar horas y horas, pensando qué decir, cómo hacerlo y qué hacer si se enoja o cómo evitar la crítica.
Y mientras, nuestra angustia sigue creciendo.
Nos angustiamos como si fuera a suceder algo terrible.
Pero, ¿qué tan terrible, realmente puede llegar a ser?
¿Se va a terminar, definitivamente, la relación?
¿Nos va a golpear?
¿Vamos a quedarnos solos y no vamos a poder ser felices nunca más?
Probablemente nada de esto suceda.
Si nos damos cuenta de que estamos exagerando las consecuencias y que éstas pueden ser desagradables, pero no terribles, la importancia que le damos al hecho
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