¿Bajo la sombra de qué árbol de Buenos Aires se dieron las primeras vacunas?
En 1806, Saturnino Segurola se encargó de inmunizar a la población de los estragos que causaba la viruela; llevó adelante la tarea desde la quinta de su hermano
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Daniel Balmaceda
VIERNES 07 DE JULIO DE 2017 • 18:06
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La vacuna antivariólica se aplicó por primera vez en el actual territorio argentino, en 1806. Sí, en aquel mismo año en que se reconquistó Buenos Aires de la primera Invasión Inglesa el sacerdote Saturnino Segurola vacunaba a los niños expósitos a su cargo, y a toda persona que se lo pidiera, a la sombra del pacará que se encontraba bien lejos del centro, donde hoy se unen las calles Baldomero Fernández Moreno y Puan, a una cuadra del Parque Chacabuco.
El deán convocaba a los vecinos a tertulias bajo la frondosa copa de este árbol, conocido en el litoral como timbó u oreja de negro, que se enraizaba en la quinta de su hermano, el doctor Romualdo Segurola.
Saturnino, quien no había estudiado medicina, fue inspector general de escuelas, bibliotecario, tesorero de la Catedral, profesor y coleccionista de documentos históricos. Durante la epidemia de viruela de 1809, su acción fue fundamental. Por ese motivo, el virrey Cisneros le dio carácter oficial a su tarea y lo nombró Comisionado General de la Vacuna. El sacerdote también fue reconocido por el gobierno patrio: en 1813, el Segundo Triunvirato lo designó con el cargo de Director General de Vacunas en la Ciudad y la Campaña.
Murió en 1854. El vistoso pacará, plantado alrededor de 1770, se mantuvo firme en la quinta de Gregoria Letamendi, cuñada de Saturnino y viuda de Romualdo. Al cumplirse sesenta años de la muerte de Segurola, en 1914, la Sociedad Forestal Argentina colocó una placa cerca del árbol, con el fin de rendir homenaje a la tarea fundamental que se llevó a cabo bajo su copa.
Cuando se inició el loteo de de la quinta de Letamendi nadie reparó en el legendario protagonista de nuestra historia. En 1932, la Comisión Pro Defensa de los Árboles Históricos solicitó al Municipio un especial cuidado porque el pacará quedaba situado en la prolongación de la calle Puan, recientemente abierta.
Juan Valentín Pezzali, dueño del terreno que contenía el árbol, quería cortarlo para levantar un edificio de Rentas. La Comisión de Estudios de San José de Flores y la Comisión Nacional de Monumentos y Lugares Históricos se quejaron. El ruego llegó a la Municipalidad, que consideró la posibilidad de construirle una rotonda defensiva: era el primer caso de un árbol histórico que recibía una atención concreta por parte de las autoridades municipales. Sin embargo, en julio de 1939, el Concejo Deliberante decidió la remoción del pacará que había quedado sobre la línea de edificación y, por ese motivo, era patrimonio municipal.
Esta decisión movilizó a los doctores Ricardo Levene y José Luis Busaniche, presidente y secretario de la Comisión Nacional de Museos, Monumentos y Lugares Históricos, quienes insistieron en pedir la protección del árbol, al que calificaron de "reliquia". Hubo actos frente al pacará y se organizó una colecta entre los vecinos de Buenos Aires para poder comprar el terreno. Frente a tanta efervescencia, el intendente Arturo Goyeneche se trasladó al sitio histórico. Al día siguiente, el 19 de julio de 1939, el Senado le daba media sanción a la ley que autorizaba al Poder Ejecutivo la compra del terreno de la calle Puan 794. Fue una solución a medias, porque ni siquiera se colocó una placa alusiva.
Apenas cinco años después había caído en el olvido para muchos y el popular lote se había convertido en un basural. Reanudaron las quejas y en 1946 fue declarado Árbol Histórico por decreto nacional, junto con otros cinco ejemplares dispersos por el país. En el espacio (hoy plazoleta José Luis Romero) subsiste un retoño de aquel majestuoso árbol que protegió del sol a Segurola y a tantas personas que confiaron en su milagrosa vacuna.
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