Temporada de pileta... y de peleas por el uso compartido


Hay quienes son más laxos con las reglas y otros que piden un estricto acatamiento; el punto de equilibrio no es fácil

Jonathan Gejtman disfruta leyendo cerca de la piscina, un bien muy valioso cuando suben las temperaturas
Jonathan Gejtman disfruta leyendo cerca de la piscina, un bien muy valioso cuando suben las temperaturas.Foto:Ignacio Sánchez
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Treinta grados, cien departamentos y una pileta. Diferentes criterios y realidades y ningún control. Parece ser -y en muchos casos lo es- el caldo de cultivo ideal para que se generen todo tipo de conflictos entre vecinos. Y es que a los ya clásicos problemas por ruidos molestos, medianeras y filtraciones, se les sumó en los últimos años un nuevo ingrediente: aprender a convivir en espacios comunes, que suele ser menos sencillo de lo que se imagina todo aquel que sueña con mudarse a un edificio con pileta. Llega fin de año y, con el calor, sube la temperatura también en las reuniones de consorcio de las torres con amenities. Ocurre que enero y diciembre son los meses en los que más se usa la pileta. El difícil cumplimiento de las normas, radicado en la ausencia de una autoridad de aplicación, muchas veces deriva en verdaderas guerras campales entre vecinos, que pueden terminar sin saludarse en el palier o el ascensor, o incluso a las trompadas. "En mi edificio abundan los transgresores compulsivos, la mayoría con la pileta", dice Susana.
"En la semana se pueden llevar solamente tres invitados y una vecina baja siempre con sus cuatro nietos. Cuando le decís algo -relata Susana, que vive en una torre en Recoleta- te responde: «Tengo cuatro. ¿Qué querés? ¿Que ahogue a uno? Lo lamento si no tenés hijos o nietos, o si no te gustan los chicos. Yo voy a seguir viniendo con los cuatro». Con ese tipo de vecinos tengo que convivir."
Según una encuesta de Reporte Inmobiliario, la pileta es el plus más valorado (57,8%) por los propietarios e inquilinos, seguido por el gimnasio (42,2%). "El tema no es si me molesta; el tema es el incumplimiento de la norma, porque hoy no me molesta porque somos pocos, pero mañana quiero bajar y está ella con los cuatro nietos, la otra viene con cinco, otros nenes que bajan con la profesora de natación -sólo pueden meterse al agua quienes viven o invitados, no así empleados- y de repente hay diez personas que no tendrían que estar y sí me molesta", agrega.
Una de las causas principales de este tipo de problemas tiene que ver con una falta de costumbre de convivir en espacios comunes. Todos pueden ser propietarios, pero ninguno es dueño de los amenities, y eso muchas veces se presta a confusión. "La gente piensa que vivir ahí es como vivir en una casa, o que el hecho de pagar una expensa le da la libertad para hacer lo que se le dé la gana", explica Daniel Tocco, presidente de la Cámara Argentina de la Propiedad Horizontal y Actividades Inmobiliarias.
Jorge Hernández, presidente de la Fundación Reunión de Administradores, coincide. "La gente aspira muchas veces a una privacidad que no concuerda con lo comunitario que es el sector. Hay vecinos que pretenden que la pileta sea exclusivamente para ellos y para alguien de su familia en un momento determinado y excluir a todos los demás, incluso a sus propios vecinos. De hecho, muchas veces se disponen medidas en los consorcios que contradicen derechos de los demás consorcistas, por ejemplo cuando se limita el derecho de menores a entrar porque provocan molestias", detalla.
Por estos motivos, y en contextos de convivencia forzada en espacios reducidos, es importante poder ejercer la tolerancia y el autocontrol, como reflexiona Luciano Elizalde, sociólogo y decano de la Facultad de Ciencias de las Comunicación de la Universidad Austral: "Las relaciones sociales en espacios pequeños demandan mucho autocontrol de parte de cada uno de los participantes. Cuando el tiempo y el espacio de encuentro es reducido lo llamamos orden de la interacción. Esto significa que las personas pueden verse y oírse directamente. La tensión entre ellas aumenta y el movimiento de cada uno se hace más complejo que de costumbre ya que el espacio «no-es-de-nadie-y-es-de-todos». Este espacio «semipúblico» debe ser regulado por negociaciones constantes (muy intensas) o por protocolos o reglamentos que deben ser aceptados o consensuados".
En este sentido, elegir horarios en los que uno sabe que la pileta está menos poblada es una buena estrategia. "Me molestan los nenes, pero no me quejo al respecto, me acomodo, entiendo que jugar es su manera de divertirse, como a mí me divierte leer un libro. Así que directamente la uso días de semana hasta las 17, que se llena de niños, y si no puedo, bajo a las diez de la noche."
La otra gran pata de este conflicto suele estar asociada a la ausencia de un mecanismo de cumplimiento del reglamento de convivencia, redactado por el propio consorcio. Es lo que ocurre en el edificio de Viviana, una torre de cien departamentos en Palermo: "La pileta es muy grande, pero la parte del solárium es chica; entran ocho o 10 reposeras. No se puede llevar comida y los invitados pueden ir sólo de lunes a viernes. Pero nadie cumple nada, traen comida, meten a los nenes en la pileta grande, suben al perro y lo sientan en la reposera, traen gente que ocupa tods las reposeras. No pueden hacerlo pero ¿quién se lo dice? No va a subir el portero para retarlos. Antes había una propietaria que iba uno a uno preguntando: «¿Vos de qué piso sos?», lo cual era bastante violento también", grafica.
Sin embargo, en algunos edificios con amenities, encontraron la forma de resolver quién tiene el poder de policía. Es el caso de la torre donde vive Jonathan Gejtman, en Almagro. Allí, el personal de vigilancia es el encargado de comunicar una falta, y ante esta, pide en buenos términos que se cumpla la norma. Si el vecino se rehúsa, se informa a la administración, que expide una multa.
"Puede ser que en algunos edificios le hayan dado la facultad de regular al personal de vigilancia, pero normalmente el problema cuando vos te enfrentas a determinados propietarios, es que no les gusta la intervención de empleados del edificio, le contestan: «Yo te pago el sueldo», todo ese tipo de cosas que lo único que generan es más problemas", manifiesta Tocco. No hay una pirámide jerárquica clara, ya que son los propietarios quienes se sienten por encima de las personas que pueden llegar a hacer cumplir las normas, lo que en la práctica se traduce en una imposibilidad de establecer una autoridad de aplicación, y las acciones quedan a merced del criterio de cada vecino.
En este escenario las quejas se dirigen al administrador, quien tampoco se encuentra en condiciones de aplicar sanciones. Las multas que muchos consorcios liquidan junto a las expensas no son de cumplimiento obligatorio, como detalla Hernández: "Si el propietario las cuestiona, el consorcio no las puede cobrar ni remotamente. De buena voluntad las puede pagar, pero si las llega a discutir judicialmente, va a un juicio ordinario, y lo gana. Son sanciones simbólicas; yo conozco muchos edificios donde las aplican y uno ve que un vecino tiene multas acumuladas y paga las expensas pero no paga las multas. No tiene sustento legal".
Además, muchas veces la falta queda enmarcada en un desacuerdo entre partes ante la ausencia de testigos. Por ese motivo, muchos copropietarios optan por el mail en cadena, lo cual puede resultar abrumador. "Yo prefiero que me digan las cosas en la cara; no es la forma. Un día fui a la pileta con una amiga y prendimos un cigarrillo, y de repente me empiezo a encontrar con mails en el teléfono de una vecina que escribía: «¿Pero a ustedes les parece? En este momento estoy viendo a dos chicas que están fumando; nadie respeta nada». Y la realidad es que esa persona se llevaba muy bien conmigo y estaba al lado mío en ese momento; podría habérmelo dicho y no había drama", se queja Gisella, una joven de 29 años que vive en una torre en Villa Urquiza, y se lamenta de que la regla de no llevar invitados los fines de semana no tenga en cuenta que las personas solteras se vean obligadas a ir solas.
En definitiva, mucho camino queda por recorrer para lograr una convivencia más armónica. Hernández propone la creación de tribunales de menor cuantía y de comisiones de convivencia en los edificios: "La Argentina tiene que encontrar una modalidad de resolver los conflictos consorciales, como en otros países que tienen dentro de la propia estructura del condominio un comité de convivencia que se dedica a resolver los conflictos por el uso de espacios comunes".
A la vez, lo ideal -aunque complejo- pareciera ser intentar atacar el problema en su dimensión cultural, fomentando conductas de tolerancia en la convivencia y de respeto al otro. En este sentido, Elizalde manifiesta: "Muchos de estos problemas responden a una cultura en la que el respeto por el otro no es un valor fundamental. Parece ser que la propia satisfacción tiene prioridad. Es necesario desarrollar una cultura que nos permita resolver los problemas y las diferencias". Hernández sube la apuesta: "Habría que incluir en la enseñanza obligatoria temas de propiedad horizontal: normas de convivencia, prevención de riesgos". El tiempo dirá si de este modo en esta área, como en otras, se logra arraigar normas de convivencia más respetuosas del otro.

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