"Hay que encarar con humor hasta las tragedias"
Juan Leyrado
Padre de las gemelas que compone Griselda Siciliani en “Educando a Nina” (Telefe), brilla como comediante. Retrato de un actor que le ganó a Panigassi.
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A pesar de que algunos actores piensen lo contrario, hay vida después de un gran personaje popular. Si no, que lo diga Juan Leyrado. O, mejor aún, véanlo en Educando a Nina (a las 21.30, por Telefe) y notarán que Manuel Brunetta no tiene ni un pedacito de Héctor Panigassi. Eso no sólo habla de su versatilidad, sino de la capacidad de reinvención después de un éxito, sustantivo que tiene mucho de bueno y, dicen, algo de malo. Lejos de quedar atrapado en la identidad prestada de Gasoleros, ahora le sacó punta a su lápiz de comediante para dibujar a un exquisito empresario, tan poderoso como sensible, que tiene nombre propio en medio del piropo callejero.
¿Ya no te dicen más Panigassi?
Sí, pero también aparece un Clemente Falsini (Graduados) o un Manuel. O un Juancito, más allá de los personajes. Todo hace bien.
¿Alguna vez sentiste que habías perdido tu identidad?
Claro, en la época de Gasoleros (1998/1999, por Canal 13). ¿Sabés la anécdota de mi mujer? Es mundial. Ella es psicóloga, familia de actores. Yo llegaba a casa después de trabajar y María estaba viendo la tira: entraba, decía ‘Hola, ¿qué tal, qué comemos hoy?’. Y, sin mirarme, era‘Shh, callate’. Estaba viendo algo que no era yo, y yo, Panigassi, con 80 mil puntos de rating, me la pasaba comiendo solito en la cocina, mientras ella se fascinaba con el otro.
¿Se extraña tanta fama?
Se extraña (ver “Tuve un lindo sopapo...”) y hay que poder reconocer eso. Hay que ser agradecido. Pero a esta altura de la vida, después de un proceso, te quedás con los beneficios de tu identidad, porque el éxito sirve para encontrarte con esas partes oscuras tuyas. Está bueno saber que las tenés, elegir no despertarlas, saber que con esa pizca de poder te vas al carajo. El tema es no irte, asumir que te gusta que te mimen y punto.
Y evitar caer en el falso humilde...
Yo detesto al falso humilde. En mi etapa de máxima fama era bastante intolerante, especialmente conmigo. Me encuentro con gente que me dice ‘Vos en esa época...’. Parece que era tremendo, pero fue por inseguridad. No sabés qué hacer con tanto título, sos ‘el mejor actor’, ‘el mejor vecino’, ‘el mejor todo’. Por suerte luego pude quitar maleza y quedarme con lo verdadero.
Por decisión propia, su personaje lo obliga a llevar la cabeza rapada. Por decisión de los autores, a lucir traje, corbata y pañuelo al tono. Un dandy, Manuel. Desde ese look, en un alto de la grabación de la tira de Underground, en una casona de San Isidro, Leyrado habla en el medio de un té con medialunas primero, y de una lasaña de vegetales, después. Uno de los tópicos, su maduración como comediante, con escalas televisivas en La hermana mayor, en Gasoleros, en Graduados.
Nuevo look. Leyrado decidió rapar a su personaje. Dice que al principio "lo hacía yo con la Prestobarba y me cortaba como loco".
“Realmente hay algo con la comedia que me hace bien, que me gusta. Y me fascina cuando surge de la verdad, cuando lo que hace reír es la situación. No trabajo en introducirle lo cómico al personaje: trato de que la exacerbación de determinados caracteres suyos, en este caso el poder y la seriedad de Manuel, resulte gracioso”, explica.
¿No vas en busca de la gracia?
No, si busco la gracia no la encuentro. Una vez escuché eso de que el humor es una cosa seria. Lo repite todo el mundo, yo también.
Alfredo Alcón decía que para él era dificilísimo hacer reír desde la actuación.
Y, sin embargo, Alfredo era un tipo con un humor enorme. Nunca supe por qué decía eso, porque era un actorazo. Yo creo que hay que encarar con humor hasta las tragedias. Pero hay que saber cuál es el límite, porque si te pasás no generás ni media mueca.
Hay algo de este personaje que remite al Aramis que hacías en “Los mosqueteros” (inolvidable obra de 1992, que empezó para niños y terminó siendo para adultos).
Uy, qué lindo recuerdo Los mosqueteros. Eso debe pasar porque nosotros (el grupo original estaba integrado por él, Miguel Angel Solá, Darío Grandinetti y Hugo Arana) también teníamos una gracia genuina. Mi personaje decía unas cosas tremendas que hacía que la gente se descostillara. Una vez, en plena función, me surgió decirle a Jorge Marrale (en reemplazo de Solá): ‘Como dijo Duc de Saint Remy, lo esencial es invisible a los ojos. Y yo a vos te veo’. Y, en el camarín, Marrale me dijo ‘No me podés decir eso tan fuerte, Juan’. Ahora, para que eso genere algo en el público debe ser dicho desde la convicción de la verdad. Porque si vos reemplazás a Saint-Exupéry por la bodega Duc de Saint Remy y lo decís como una gracia, no surte el mismo efecto. Se lo tenés que discutir a muerte: ‘Duc de Saint Remy, el escritor, ¿qué te pasa?’. Y seguís esa línea hasta el fondo. Ese es el humor que a mí me gusta.
De pronto la habitación se transforma en un escenario virtual para que despliegue su histrionismo. No hay cámara, no hay director, no hay telón. Hay un actor. Suficiente para la magia.
El recuerdo de Aramis lo lleva a recordar los años de éxito de esa agrupación a la que bautizaron como Errare Humanum Est. De esa punta del ovillo tiró para sobrevolar sus siguientes creaciones: “Ayer, mirando el programa dije ‘Ay, qué suerte, no soy Clemente Falsini, estoy haciendo otra cosa’. Le escapo a la repetición”.
¿Te ves y qué ves?
Me vi y me salió un ‘Ay, qué grande estoy’. Tengo otra cara, cara de señor. No me lo critiqué ni me puso mal, pero vi a un Juan grande. Y me empecé a observar... y me gustó que no se hacía el joven, me gustó cómo actuaba. Igual, yo me doy cuenta cuando estoy trabajando bien: cuando mi cuerpo va por un lado y lo que digo va por el otro, hay algo que no está funcionando. Lo siento, te lo juro.
¿Te pasó con algún personaje?
Sí, con Cyrano de Bergerac, por ejemplo. Fue una de las cosas que me salieron muy mal. Venía de Panigassi y me quería comer a Cyrano. Y parecía un actor que no había actuado nunca. Bueno, se dieron muchas cosas, porque primero había un director y después tuvimos que llamar a Norma Aleandro. Percibía que no estaba en mi cuerpo, en mi zona, en mi casa. Para mí, el trabajo actoral es habitar una casa conocida: conozco las habitaciones, los oscuros, los claros, los cajones que se pueden abrir o no de mi persona. Me apoyo en los aromas, en los recuerdos, en las texturas... Lo que se llama memoria emotiva. Una vez le dije a Alezzo, mi profesor, ‘Te engañé, Agustín, yo nunca pude hacer memoria emotiva en tus ejercicios, porque yo ya tengo metido adentro al niño. No podía recordar al niño, porque yo soy niño’.
¿Y que te dijo Alezzo?
No me dijo nada, creo que sabía.
Aparece la cara pícara del pibe que fue y “que sigo siendo” a los 63 años. Con esa capacidad que tiene para vincular temas, comparte “una frase de Woody Allen que leí el otro día: ‘No conozco la clave del éxito, pero estoy seguro de que la clave del fracaso es querer complacer a todo el mundo’. Y no quiero eso para mí. Quiero ser yo, con mi romanticismo, con mi humor, con mi partes feas, con todo. Cuando vas atrás del elogio terminás siendo lo que el otro quiere que seas”.
Quizás por eso supo soltarle la mano a Panigassi, sin olvidarlo. Y pudo comprobar que puede haber laureles después de la gloria.
RECUADROS
-“Tuve un lindo sopapo de realidad”:
Sin pudor, Leyrado cuenta una anécdota que lo pinta de cuerpo entero en las contradicciones de “La época Panigassi”. Dice que por aquel tiempo “venía de la onda ‘Stanislavskiana’ y perdí amigos intelectuales por hacer Gasoleros. En la confusión, me pareció que necesitaba un respiro de tanto autógrafo y me fui con mi mujer a un hotelazo de Saint Martin, donde no me conocía nadie. Un día estaba bien temprano con mi toallita para poder ocupar una reposera, me agarran tres tipos con traje y me dicen ‘Por favor, siéntese ahí’, traen a tres tipos más, en la parte de adelante hacen una montaña de arena, la aplanan, ponen dos sillas, una heladerita. ‘Estos tipos se apiolaron’, digo. Voy a buscar a María: ‘Vení, tenemos un lugar de puta madre’. Nos tiramos... Y de golpe nos sacaron a lo bestia. ¡Me habían confundido con no sé quién! Encima, como ya era tarde, no tenía dónde poner la toallita. Tuve un lindo sopapo de realidad”.
-Su mirada romántica sobre la grieta:
Romántico hasta para hablar de la grieta, reconoce que “la veo desde un lado poético. Cuando salgo de mi mirada romántica estoy perdido. Me dirán liviano... Soy así, ¿cuál es el problema?”, pregunta Juan Leyrado, quien reconoce: “Me sentí muy identificado con el Gobierno que se fue. Yo salí en la primera campaña de Cristina (Fernández de Kirchner) y ahí la conocí. Nunca cobré un mango por nada de eso. Jamás. Yo me subí al tren de lo ideológico, como hice siempre”.
Con un perfil más bajo en ese sentido, considera que “la grieta siempre existió, que hemos vivido históricamente con esa división. Pero nunca fue tan honda, uno la podía transitar. Eran calles con diagonales, con diálogo, con un espacio común, interesante para la confrontación. Ahora no. Hay gente que puso kioscos ahí adentro para vender más, se hizo de la grieta una tercera posición. No tendríamos que profundizarla tanto: si usamos las diferencias para crecer utilizamos bien la vida”.
-"Lo que está haciendo Griselda es excepcional":
Manuel y Nina haciendo de Nina. Manuel y Mara. Manuel y Nina haciendo de Mara. En cualquiera de las tres líneas, Juan Leyrado comparte las escenas con Griselda Siciliani, su principal interlocutora en“Educando a Nina”. El actor que hace de padre de las gemelas entiende que “ella se mandó por una cornisa muy difícil. Y no sólo no se cayó, sino que brilla. Es conmovedor lo que hace, sin perder nunca a sus personajes. Lo que está haciendo Griselda es excepcional”.
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