Un argentino creó una silla de ruedas para niños de países subdesarrollados que es un éxito mundial
Son de plástico, las vende a US$ 100 y busca fundaciones que quieran donar a centros de rehabilitación infantiles en la Argentina
SÁBADO 12 DE AGOSTO DE 2017 • 00:07
Stephanie Chernov
PARA LA NACION
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Según un informe de Unicef de 2014 sobre la deserción escolar, el 90% de los niños con discapacidad en el mundo no asisten a escuelas, o sea, 9 de cada 10. Desde una mirada economicista, la Unesco reveló que el impacto del PBI del costo del analfabetismo en el curso de la vida laboral es muy alto: la pérdida de productividad en ciertos países como Ecuador y la ciudad de San Pablo en Brasil es equivalente a US$ 25 billones y US$ 209 billones respectivamente.
Pablo Kaplan y su socia, Chava Rotstein, no conocían estas cifras al momento de embarcarse en un proyecto humanitario que cambiaría su rumbo. Vivían en Suiza cuando la idea empezó a tomar forma: "Decidimos que queríamos hacer una tarea humanitaria a nivel mundial. Yo tenía las ganas de crear una silla de ruedas económica desde hace varios años", dice Kaplan desde Israel, su país de residencia, en diálogo con LA NACION.
Por temas laborales, este argentino radicado en Israel dedicó gran parte de su vida a viajar por el mundo. Su paso por China, India y diversos países africanos lo impulsó a entrar en contacto con las culturas locales y, en las naciones de menor desarrollo, detectó una falencia: la marginación de la educación infantil, que se potencia aún más en niños con discapacidades que no tienen acceso a una silla de ruedas y que, en consecuencia, no pueden llegar a la escuela.
Sin embargo, el proyecto preliminar que nació en enero de 2013 y que presentaron en la Organización Mundial de la Salud en Ginebra, no tenía definido un destinatario, hasta que los datos que les proporcionaron los guió hacia el objetivo actual: "Nos dijeron que si queríamos tener un impacto doble debíamos empezar con niños para solucionar dos problemas: la movilidad y el acceso a la educación", afirma Kaplan.
Luego de ese primer acercamiento, viajaron a Nueva York, se pusieron en contacto con Unicef y recibieron un feedback positivo por una característica particular: el costo del producto. "Incluso antes de hacer el primer prototipo, por experiencia personal en la industria del plástico, sabía que lo íbamos a lograr con sólo US$ 100". La inspiración surgió de una iniciativa del gobierno de Uruguay llamada Plan Ceibal, que garantizaba una laptop por chico para quienes asisten a escuelas públicas.
Cuando ya estaban listos para diseñar la primera silla de ruedas de plástico, delinearon el modelo de negocios: "Por lo general, las empresas tratan de maximizar sus ganancias. En este caso no buscamos eso. Las ganancias están destinadas a que el negocio funcione y crezca", apuntó. A pesar de que es un proyecto humanitario, Kaplan remarca que "él no sabe como se maneja la beneficencia, pero sí conoce cómo producir a bajos costos y vender a precios módicos".
El primer modelo fue hecho en impresión tridimensional en conjunto con un hospital pediátrico de Jerusalén en 2014 y financiado con sus capitales y una bonificación del gobierno de Israel para el desarrollo de productos para el Tercer Mundo. Las pruebas eran determinantes: niños discapacitados utilizaron las sillas de ruedas durante un año y medio y las fueron perfeccionando en función de las necesidades de los chicos.
"Para ellos, la silla es una extensión de su cuerpo y teníamos dudas de cómo iban a aceptar reemplazarla por unos días para las pruebas. Lo interesante fue que no la querían devolver y fue de lo más emocionante", detalla Kaplan. Según dice, lo más atractivo para ellos era el color. Se fabrican en verde, azul y rojo.
La expansión de la mano de la fabricación en serie
Las pruebas superaron las expectativas y viajaron a China seis veces, donde decidieron centrar la fabricación. Firmaron un contrato con un fabricante en julio de 2016 y, para comenzar a distribuirlas, tuvieron que esperar la aprobación de la Organización Internacional Estándar, que exige el cumplimiento de ciertos requisitos básicos que debe tener toda silla de ruedas.
Una vez que dieron el visto bueno al producto, llegó el momento clave: la distribución a países subdesarrollados. Ante la consulta de LA NACION sobre cómo se contactan con los receptores, Kaplan explica: "Por lo general tratamos de encontrar a un donante y al ente receptor que tiene la necesidad. Hemos detectado que hay muchas empresas que tienen una agenda de responsabilidad social y que buscan soluciones de este tipo. Apuntamos a las organizaciones, que son el nexo entre nosotros y los destinatarios finales".
Hasta el momento, niños de Israel, Palestina, Etiopía, Kuwait, Jordania, Sudáfrica, Camerún, Vietnam, Taklkistan, Swasilandia, Panamá, Colombia, Chile y Perú recibieron las sillas de fundaciones y empresas que las compraron a US$ 100 y las donaron a centros de rehabilitación infantil y hospitales.
La Argentina, su país de nacimiento, es una asignatura pendiente: "Estuve investigando y ví que hay una necesidad muy grande principalmente en el norte". En octubre vendrá al país y su expectativa es hallar un socio para comenzar a fabricar acá: "Mi idea es encontrar una empresa con responsabilidad social que se interese en este proyecto para, finalmente, implementarlo en la Argentina", concluye Kaplan.
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